Tanta confianza tengo en que con Claudia Sheinbaum Pardo las y los mexicanos viviremos la paz, la justicia y la “prosperidad compartida” que, horas antes de que tome posesión, escribo para darle la bienvenida.
Lo hago pensando en el poeta Miguel Hernández y en “los vientos del pueblo” que “esparcen el corazón” y que han hecho posible que cobre aún más brío esta revolución pacífica, democrática, radical y que se produce en libertad.
Escribo sin haber escuchado su discurso. Habré pasado el martes primero de octubre —en lugar de estar “emborronando cuartillas”— en el Zócalo de la CdMx.
Estaré en esa plaza con mi cámara al hombro para registrar el momento en que la primera presidenta de la República en la historia de nuestro país entra, llevando la banda tricolor ceñida al pecho y por voluntad del pueblo de México, a Palacio Nacional.
¿Puede haber algo más revolucionario?
¿Una señal más poderosa del vigor, la vitalidad, la conciencia y la grandeza de nuestro pueblo?
¡No lo creo!
Que una hija del 68. Una mujer de izquierda que, cuando niña, visitaba con su madre y su padre a los presos políticos en Lecumberri, despache donde lo hizo Benito Juárez.
Que la jovencita que se sumaba a las vigilias de otra mujer excepcional, doña Rosario Ibarra de Piedra, sea la primera comandante suprema de las fuerzas armadas.
Que sea precisamente ella la responsable de dar continuidad, con sello propio, al legado del presidente más querido de la historia reciente y de construir la segunda etapa de la transformación produce en mí certeza, serenidad y alegría.
Una mujer íntegra, preparada, científica, que ha gobernado con probidad, austeridad republicana y eficiencia una de las ciudades más grandes del planeta.
Una mujer que ha luchado por la justicia, la paz y la democracia toda su vida.
Una mujer que no teme la confrontación con los conservadores empeñados en arrastrarnos al pasado de autoritarismo y corrupción —la vida es combate, decía Demócrito— y que sabe, por el bien de México y sin poner sobre la mesa convicciones ni principios, establecer alianza, será —a mis 73 años— mi Presidenta, la de todas y todos los mexicanos.
¿Qué más puedo pedirle a la vida?