Aunque solo en la imaginación de la derecha más rabiosa ronda de nuevo el fantasma del comunismo, lo cierto es que su escandalosa aparición en los medios echó por tierra la coartada progresista de Xóchitl Gálvez, Claudio X. González y el propio Santiago Creel luego de que los tres tuvieran el descaro de declararse de izquierda.
Obligados se vieron, los dos aspirantes a la candidatura presidencial y el que manda sobre los partidos que integran la coalición opositora, a cambiar súbitamente de discurso y a sumarse a la nueva y estridente cruzada en contra de los libros de texto gratuitos.
A los años sesenta del siglo pasado volvieron los opositores de golpe. Los postulados de la extrema derecha han resurgido. El olor a naftalina envuelve hoy, de nuevo, la bandera del PAN. Muy angosto resulta el llamado “Frente Amplio”.
Vital, en la búsqueda del “otro Fox” con la imposición de Xóchitl que presumía su origen trotskista y su apoyo —vaya descaro— a los programas sociales de AMLO, resultaba para Claudio X. y sus estrategas una repetición del fenómeno del “voto útil” con el que, en 2000, el PAN conquistó la Presidencia.
Necesita la derecha conservadora a ese sector apartidista que creyó en la transición democrática y apoyó a Vicente Fox. Necesita a esas y esos ciudadanos que, históricamente y en función de sus ideas liberales, han estado más cerca de la izquierda.
Necesita a aquellas y aquellos que votaron para sacar a patadas al PRI de Los Pinos y a los que hoy propone ser cómplices del improbable retorno, de lo que queda de este partido, al poder.
Sin ampliar su base electoral, y por más ruido que hagan, a los conservadores, su voto duro —sumado a los votos del PRI y PRD— no les alcanza ni siquiera para disputar seriamente a Morena la mayoría calificada en el Congreso.
El asunto es que ganarse a estos progresistas, misión que presumiblemente le encomendaron a Xóchitl, hoy, que con esta cruzada han salido a flote los dogmas de la extrema derecha, se antoja imposible.
Y es que el discurso cavernario no convoca a las buenas conciencias. Ninguna persona con una pizca de inteligencia considera hoy al comunismo un peligro para México.
Atrás quedaron los tiempos en que, para consumar el fraude e imponer a Felipe Calderón, les bastó a los conservadores con sembrar el miedo y esparcir el odio.
Hoy solo una minoría, rabiosa, histérica y confinada en sus santuarios tradicionales, se cree aquello de que López Obrador ha destruido al país y de que, con una nueva victoria de Morena, perderán todas sus propiedades y sus hijas e hijos les serán arrebatados.
Pueden Xóchitl o Creel fingirse víctimas de persecución política, pero la realidad los desmiente.
La libertad de la que gozan los conservadores, el hecho de que tienen el poder económico y cuentan con el apoyo de los medios y del Poder Judicial les hacen verse, ante el grueso de la población, como lo que son, simples demagogos.
Y es que aquí un juez para en seco una obra pública o le ordena callar al Presidente y eso los opositores no pueden negarlo.
Y aquí cualquier intelectual, columnista o presentador de radio o televisión insulta, calumnia, difama al Presidente sin que nadie lo censure, y de eso está consciente la mayoría de la gente.
Y aquí también la oposición puede cuando y como quiera tomarse las calles sin que nadie la reprima.
En México hay libertad y la gente lo sabe, la conquistó a pulso y no la veo cayendo de nuevo en la trampa ni del 2000 ni de 2006, y mucho menos dispuesta a ceñirse por miedo al yugo y perderla de nuevo.