Las comunidades se yerguen en torno a lo común y la civilización está constituida por ellas. El gremio literario, que antes conformaron grandes plumas, está en crisis. Ya no hay aquello que fue determinante hace siglos entre tantos autores: camaradería. Unos consiguen mecenas, otros nunca logran subsidiar sus textos y para pocos publicar significa solo cuestión de pedirlo.
Cada vez resulta más patético el panorama editorial y, sin embargo, aún hay los que elaboran ediciones maravillosas para quien escribe bien. Convertir al autor inaccesible en algo asequible es trabajo del crítico y no “criticarlo”, como sí sucede. Estamos agotados socialmente en muchos aspectos y el mismo discurso de siempre quita valor a lo original.
Para crear conviene alejarse de los temores que aparecen como expectativas. La singularidad del propio mundo con retratos, hechos e imágenes fascina o, de lo contrario, uno escribe por escribir y no para complacer. Robert Musil publicó Sobre la estupidez (Abada editores) durante una época en crisis repleta de estúpidos cuyas expresiones inmaduras e ignorantes le enfadaban.
Sin ser ofensivo, desde su calidad de poeta y novelista, Musil aborda el tema como una forma de resistencia. “Erasmo de Rotterdam escribió que, sin cierto grado de estupidez, el hombre no llegaría ni siquiera a nacer”. Convencido de esta premisa, su argumento lo expone sin ironía en pos de la bondad y la belleza.