Hay personas a las que el tema político no perjudica. La infraestructura permite que algunos, si se levantan y trabajan, manejándose con orden, vivan honradamente más allá de quién los gobierne o subsidie. Pasa poquísimo pero aún sucede. Los otros combaten la opinión pública porque dependen de un sistema que al mismo tiempo ha hecho que sean esclavos y cómplices de sus fallas.
Sin embargo, la imaginación de los escritores debería resultar siempre una excepción. Imponiéndose a sus circunstancias sin que dejen de ser éstas algo verdadero: las mejores historias no son ficticias. Así ocurre con Rubens y Monteverdi en Mantua, de Hans Ost, donde dos personalidades históricas cruzan sus caminos.
Esto sucedió gracias al duque de Mantua, Vincenzo Gonzaga, quien conoció al pintor en 1600 durante una estancia en Venecia. El aristócrata le ofreció un lugar en la corte real por casi una década, sitio donde conoció a otros artistas, entre ellos Claudio Monteverdi. Ost, a través de El consejo de los dioses que pintó Rubens, y cuyo misterioso origen encanta a historiadores del arte, va narrando.
Relacionando música y pintura se abre un diálogo atemporal desde cada perspectiva artística. El compromiso de ambos “fanáticos en favor de una cultura vanguardista… formó la realidad cotidiana” de un mundo fantástico modelado por el arte. Rubens y Monteverdi no solo son antecedentes cada cual en su disciplina, abrieron la senda que varios habrían de cruzar después.