Leer es un cabo para atarse a la escritura. Los autores que uno disfruta más son aquellos que nos hablan de todo menos de nosotros mismos. Sí, cuando se busca algo sorprendente hay que encontrar otra cosa más que reflejarse en el discurso. Dorothy Parker fue alguien que decidió sobre su vida: por ejemplo, eligió no ser madre para escribir.
Todo lo que las mujeres escondían en su época, Parker lo dijo escribiendo. Y así los acontecimientos que nadie admitía para sí se volvieron asunto público. Ningún dilema queda resuelto pero tiene nombre y, conscientemente, van contándose historias con claridad antes que dudas. Una rubia imponente (Nórdica libros) es el relato en el que la perfección con que escribía la autora se vuelve evidente.
El estereotipo femenino nunca resulta más atractivo y decadente que aquí. Hazel Morse es el epítome del auge y caída que implica vivir de apariencias. Donde, tras conseguir lo que ella considera plenitud, solo le queda nada. Entonces se sumerge en el alcohol y algunos romances pasajeros que le sientan mal.
La realidad de Morse consiste en olvidar cuando bebe y recordar después. “Oró sin dirigirse a un Dios, sin conocer a un Dios, pidiéndole que le permitiera emborracharse, que la mantuviera siempre borracha”.
Aun siendo despampanante, la dama personaliza una patética tragedia, el fracaso del cuerpo sobre la mente que necesita curarse pero para conseguirlo no basta proponérselo. En “sufrimiento por vanidad” queda resumido este corto libro que refleja toda una época. Debacle que ni siquiera alguien inteligentísimo puede evadir.