En un mundo convertido en una vorágine, instantes de lo que va y viene tan rápido, medido en likes, en un espacio tan corto al borde de la palma de tu mano, debe haber un momento para detenerse.
Nuestra sociedad actual es acelerada, ávida de todo, desesperada por lo inmediato, por los resultados “en caliente”, o “a la chingada todo”, porque nos enseñaron a ser chingones, no pendejos.
Hoy el paso del tiempo llevó a decisiones colectivas profundas, pero que se sostienen sobre decisiones de personajes que tomaron a México como suyo, sentados en la soberbia, en el ego político, conformando una élite apartada de las clases sociales, en un mundo diferente, inmaculado de lo impune.
Tomaron las ciudades como suyas, destruyendo lo recién hecho o los vestigios, transformando identidades y poniendo muros de colores partidistas entre algarabías, porras y desenfrenados piropos a sus oligarquías, tomando sus recursos y haciendo sus obras, aplaudiendo, aplaudiendo y aplaudiendo.
Desde hace 18 años se dio la alternancia, como una bofetada de guante blanco, necesario como parte evolutiva de un país que sin ser redundante, evolucionaba lento, y que a final quedó a manera de un impasse en ciertas cosas.
No fue así de la crítica y la libertad de expresión, y aunque dejó precisamente espacio para la reflexión, la necesaria que desde el priismo arcaico y sistemático brotó en forma de un colosismo y su grito medido, y que no se ejerció a profundidad.
Y regresaron hambrientos, pactados, triunfalistas, jóvenes dinosaurios entre aplausos y aplausos y aplausos, y se comieron el pastel.
La experiencia inmediata no fue consejo futuro, el riesgo de no buscar lo sostenible no fue amenaza; quienes llegan al poder parten con el mismo cuchillo la ignorancia y la soberbia, pese a que los partidismos han demostrado que son un lastre cuando operan como gobierno. Es decir, cuando no rigen un proyecto, sino un chingado afán de mostrar el músculo del partidista… el que sea.
Y ya no es carros repletos, no se trata de pintar ciudades de un color. De la postura de los nuevos, que a veces son viejos, dependerá ese desarrollo, no de espera a que le den “línea”.
Tienen una nueva oportunidad.
Y luego la sociedad civil, y entonces a ver qué gobierna, a ver qué deciden... y sus efectos.
Clama Thom Yorke en The Tourist, en el bellísimo cierre del Ok Computer, en un impacto brutal de una decisión que cambia de tajo la vida: “... hey man, slow down, slow down, idiot, slow down, slow down”.
Hey político, con calma
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