A una cajera de banco se le arruinó un buen lapso de vida, primero por una acusación infundada de una víctima de asalto, luego por el gustoso sentido de linchamiento cibernético que tanto nos gusta. En ambos, el denominador común fue el hartazgo de la corrupción. México está harto de la corrupción, y esta mujer es una víctima también, le tocó pagar la desconfianza crónica de un país donde en primera persona todos somos honestos y en segunda y tercera, corruptos.
La honestidad es moneda de cambio cara y la moral está devaluada, y eso lo saben todos, más los políticos. La esperanza nos ha llevado a dos transiciones históricas, una en 2000 y otra en 2018.
El daño al pueblo es profundo: ha dividido al país, justifica la violencia, propaga la desconfianza, pero por otro lado hay ejemplos en la sociedad todos los días: gente que regresa dinero perdido, que ayuda, que carga causas sociales, que se aguanta el coraje y reflexiona. Sí hay pueblo bueno, pero con estándares equivocados. Urge un gobierno bueno.
Esta semana Transparencia Mexicana y Transparencia Internacional presentó su Índice de Percepción de la Corrupción, en el cual México dejó de avanzar en términos negativos; mejoró un punto en la percepción y se movió ocho lugares del hoyo negro. Sin embargo, es el 130 de 180.
Nuestro país obtuvo una calificación de 29 puntos, en una escala donde 0 es mayor percepción y 100 menor. Si fuera la escuela, estaríamos reprobados y nuestros papás nos tendrían castigados. Estamos por debajo de Brasil (35 puntos), nos duplican la calificación Canadá (77 puntos), Uruguay (71 puntos) y Estados Unidos (69 puntos) y la calificación también nos coloca en el último lugar entre los miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), grupo de países que engloba el 80% del comercio e inversiones mundiales.
En el estudio se emiten las recomendaciones al gobierno mexicano para reducir la percepción de corrupción; muchas de las herramientas, operativas, políticas, penales y morales están en curso, otras en discurso. La bronca es que el Presidente fijó una inmediatez contra esta estirpe que ha enfermado la identidad mexicana, y aún se ve lejos, y va lento. ¿A quién castigamos? _