Tamaulipas entró a la pasarela mundial, en 2010, en septiembre.
No fue por sus playas, su actividad económica o alguien sobresaliente, fue por ser la máxima expresión sanguinaria, de carnicería, del crimen organizado contra civiles inocentes, con la masacre de migrantes centroamericanos en San Fernando, según investigaciones, ocurrida a finales de agosto de ese año.
De ahí en adelante la atención hacia el estado fue permanente por la debilidad en los derechos humanos mundiales desde el civil contra el civil, contra la autoridad, y viceversa.
La historias de violencia se contaron por familias, en secuestros o los 7 mil desaparecidos, en la degradación y desconfianza de las instituciones, una a una.
Y aunque la violencia o el crimen recorre sus diferentes formas desde un teléfono, el allanamiento o en la calle, desde un penal, decir “carreteras de Tamaulipas” es la frase que más incomoda, genera muecas y un respiro profundo.
Esa mueca y ese respiro pudieron estar en Pilar Garrido, la española que, pese a la fama de Tamaulipas, decidió vacacionar en familia en una de las zonas más riesgosas por sus trayectos, y más bellas por sus parajes paradisíacos que obligan a envalentonarse.
Y desapareció en este “estado mágico”, en julio pasado. Y aparecieron sus restos, hace unos días. Lo informó El País, periódico de España; enseguida la confirmó la autoridad estatal. ¡Deja Vu!
Y aunque una línea de investigación sea el esposo, Jorge González Fernández, víctima viva, Tamaulipas se refrenda en la escena mundial deseando una nueva nomenclatura que, al igual que otros estados, nazca de su característica delictiva: el de Duarte, el de las autodefensas, o el de Casa Blanca, etcétera.
El gobierno transmite sus intenciones, sus planes, su optimismo, y recientemente, la intervención y activismo de la iniciativa privada, pero el catálogo criminal y de víctimas crece, y si me preguntan, la estrategia de seguridad no da en el clavo desde hace siete años, sigue gateando, dejando incapacidad, omisión o complicidad, como alimento de la suspicacia. ¿Pero nadie me preguntó, verdad?
Los gobiernos piden confianza, y la tienen: la gente cree y ama su estado, y el externo lo visita... aún.
Pero aún está oscuro.
No lo digo yo, pregunten en la calle qué piensan del estado.