La llegada de tormentas tropicales y huracanes a nuestro país generó una percepción de que las lluvias dieron un respiro a la larga temporada de estiaje en el territorio nacional y con esto marcó el inicio de un temporal que se había retrasado por semanas enteras.
Todos vimos en noticieros y por la comunicación oficial, especialmente de Nuevo León, como en esa entidad y algunas más del norte del país, azotadas por el calor y con estragos en el ámbito económico, que las presas llegaron a niveles altísimos, generando un optimismo pocas veces visto anteriormente y que sigue cambiando nuestra percepción de los tiempos que vivimos, de los efectos de un calentamiento global que nos afecta hasta en las cuestiones más elementales.
Jalisco ha tenido un temporal muy modesto a pesar de los efectos de los fenómenos naturales, recientemente, el calor ha regresado, si bien no a los casi cuarenta grados de otras semanas, ha sido constante. Hagamos un recuento: apenas hace dos meses, el 15 de mayo, la Conagua estimaba que el 85% del territorio nacional estaba en alguna condición de sequía y durante esas fechas experimentamos en algunas ciudades la escasez de hielo o incluso los altos precios de garrafones de agua que se dispararon hasta en setenta pesos. Las notas sobre las ciudades y países enteros que se acercaban al “día cero” de acuerdo a su consumo de agua y estrés hídrico se hicieron presentes y los alarmantes datos de las cuencas de Cutzamala y otros sistemas hídricos que se encuentran en severos problemas que deben ser atendidos por los gobiernos.
El lago de Chapala, se encontraba en un 35% de su capacidad, uno de los niveles más bajos de los que se tengan registro y, gracias a las lluvias ha aumentado hasta llegar a un 40% y aproximadamente unos 80 centímetros. Parece que no es suficiente, expertos han señalado la urgente necesidad de implementar acciones en torno al abasto de agua del lago más grande del país y que bebe la segunda ciudad más grande de México. Algunos apuntan a que el lago sea declarado una zona de restauración ecológica y evitar con esto la sobre explotación de agua, otros a evitar el desarrollo inmobiliario alrededor de la ribera o incluso crear planes de desarrollo en todas las comunidades aledañas al lago y al río.
Pero no sólo se trata de Chapala y la ciudad, sino de un estado completo que padece los efectos de sequías cada vez más agresivas, de regiones enteras cuyas tierras de cultivo han cambiado de producto y con esto, alterado todo su entorno, y la demanda de agua. A inicios del año un 84.8% del territorio de Jalisco ya tenía algún grado de sequía, antes de una de las temporadas de calor más agresivas de las que tengamos memoria y, en ese entonces, que ya parece alejado, se habilitó un fondo de 300 millones para apoyar a ganaderos, en abril, 56 municipios estaban en estado de sequía y seis (Santa María de los Ángeles, Huejúcar, Degollado, Colotlán, la Barca y Ayotlán) en sequía extrema.
El fin del fenómeno de El niño y la llegada de su contraparte, La Niña, hará que los cambios en el ambiente se orienten ahora a lluvias extremas e inundaciones, el fin de semana el gobierno estatal aseguró, en un comunicado optimista aseguraba que Jalisco ya había superado “la peor sequía de su historia” y que se mantiene “un panorama positivo en materia de abasto, saneamiento y reúso de agua”.
Puede que sea cierto, que la recuperación iniciara a pesar del retraso del temporal, de las pocas pero cuantiosas lluvias, de una crisis cíclica que se ha estado agravando y que, todo indica que se complicará más con el paso de los años y las repercusiones de la mano humana en su irresponsable abuso de los recursos naturales. El fin de la sequía puede llenarnos de optimismo pero no permitir que recordemos uno de los años más graves que atravesamos, en que el calor extremo se resintió no sólo en el ánimo de la gente sino que tuvo efectos en la economía, en la salud y en retos para los gobiernos. Retos cada vez más extremos y que reclaman acciones urgentes para enfrentar el cambio climático.