Parecía imposible, pero se logró. Después de años de polémica, resistencia y negociaciones, se inauguró la presa de El Zapotillo. Ahora, la realidad pondrá a prueba su aporte, ya debatido según los números oficiales y estudios de expertos en agua. Es, sin duda, un logro.
Rara vez se reconoce cuando la autoridad actúa bien, porque es su deber. Sin embargo, es innegable que la intervención de la Conagua y del gobierno federal fue clave para conciliar dos realidades que parecían irreconciliables: respetar a los pueblos de Temacapulín, Acasico y Palmarejo, y continuar con la obra hidráulica.
Hoy vale la pena destacar dos elementos clave en nuestra sociedad: la resistencia y el acuerdo. Sin la lucha de estos pueblos, que enfrentaron intereses gigantes y gobernantes que traicionaron sus promesas, estaríamos ante otro abuso en nombre del progreso. Y, sin una solución política que articuló esa resistencia, quizás estaríamos en el peor escenario: la inacción.
Sin embargo, el problema de agua en la Zona Metropolitana de Guadalajara y en Jalisco no ha terminado. Estas obras son necesarias, pero no resuelven temas centrales. Es como añadir carriles para aliviar el tráfico: solucionan hasta que el problema crece más allá de la solución.
Debemos abordar el problema de raíz. No podemos aceptar como inevitable que cerca del 30% del agua se desperdicie en tuberías obsoletas. Los recursos públicos deben priorizar lo vital, como el abasto de agua, antes que asuntos superfluos que hoy absorben el presupuesto. Es una tarea difícil, poco reconocida, pero urgente.
Otro tema, del que poco se sabe y es, por decir lo menos, arbitrario, es el de las tarifas. No hay certeza sobre los sistemas de estimación tarifaria y no hemos discutido lo esencial: ¿cuánto debe costar el agua? ¿Es lo mismo el agua para consumo humano que la industrial? ¿Todas las industrias deben pagar lo mismo? ¿A partir de qué consumo se considera desperdicio o acaparamiento? Estas son preguntas que debemos plantearnos sobre un recurso escaso que, al consumirlo, tratamos como propiedad privada, aunque sea un bien común.
Y lo de siempre: nos falta educación sobre sustentabilidad, pero una educación real. No de jingles y memorización, sino una educación para la supervivencia, con una base científica en la educación básica y soluciones en la superior. Educación social y política para defender un recurso vital para la vida.
El Zapotillo nos deja dos enseñanzas simbólicas más valiosas que su aporte material: resistir con dignidad y enfrentar el desarrollo sin ética; pero también, coordinarse, pactar, negociar puntos medios. En fin: hacer política.