"Siempre manteniendo en alto el legado de Juan Domingo Perón y Eva Perón, con mucho dolor, he decidido renunciar a la presidencia del Partido Justicialista Nacional". Así comienza la carta de renuncia de Alberto Fernández al partido que lo llevó a la presidencia de la República Argentina, un rol que mantuvo incluso después de finalizar su mandato. Resulta difícil atribuir el papel de villano en un país que ha pasado por dictaduras, terrorismo de Estado y gobernantes que huyeron en helicóptero, actualmente con un presidente anarco-capitalista que ha confrontado a movimientos sociales y sindicatos. Sin embargo, hoy, en las calles, en los medios y en la esfera política, ese papel de infame parece recaer sobre Alberto Fernández. Para muchos, incluida Cristina Fernández de Kirchner, su desempeño como presidente fue considerado pésimo; así lo expresó ella misma en una carta donde lo comparó con otros mandatarios al pronunciarse sobre lo que hoy lo ha convertido en enemigo público en el país de Messi: una denuncia por violencia de género.
Fernández asumió la presidencia de Argentina en 2019, luego de un período de crisis económica y social bajo el gobierno de Mauricio Macri, donde el peronismo había sufrido una derrota. Su llegada al poder fue resultado de un acuerdo con el kirchnerismo, aunque figuras políticas como Guillermo Moreno manifestaron desacuerdos internos. Aún así, Fernández se perfiló como el único capaz de consolidar al movimiento y vencer a Macri en las elecciones. Durante su gestión, enfrentó retos económicos y sociales, agravados por la pandemia. Y si bien no era el favorito de todos, su reputación cambió para siempre.
El 6 de agosto de 2024, a las 18:34 horas, Fabiola Yáñez, quien fue primera dama de Argentina durante los cuatro años de mandato de Fernández, tomó una decisión que, por razones desconocidas, había postergado varios meses. Desde Madrid, ciudad en la que reside desde hace más de medio año, Yáñez se conectó a una videoconferencia por Zoom con el juez Julián Ercolini para denunciar a su expareja, Alberto Fernández. La denuncia fue contundente: acusaba a Fernández de haber ejercido violencia física y psicológica a lo largo de su relación, la cual comenzó en 2014, mucho antes de que Fernández asumiera la presidencia.
El testimonio de Yáñez, dado en una audiencia virtual, fue tan detallado como desgarrador. Describió un ambiente de abuso constante, que, según su relato, empeoró con los años, lo que resultó en una serie de medidas cautelares impuestas al exmandatario. Entre estas, se incluyó una restricción que prohibía a Fernández acercarse a menos de 500 metros de Yáñez, ya fuera físicamente o por medios digitales, y se le prohibió salir del país.
Tres días después, se filtraron las fotos entregadas por Fabiola como prueba del abuso, en las que se observan sus moretones supuestamente ocasionados por su expareja. Ese mismo día, aprovechando el caso, se publicó un video sin el consentimiento de los involucrados que muestra a Tamara Pettinato, una actriz argentina conocida, sentada en el sillón presidencial de la Casa Rosada. Pettinato aparece en un tono relajado, con un vaso de cerveza en la mano, interactuando informalmente con Fernández. La filtración desató una ola de especulaciones que se vincularon al caso de Fabiola, lo que incrementó la presión sobre el expresidente.
Finalmente, el 9 de agosto sucedió lo inevitable: Alberto Fernández decidió renunciar a su cargo como presidente del Partido Justicialista. En su carta de renuncia, Fernández expresó que "la situación actual del país, sumada a las circunstancias personales que han salido a la luz, me han llevado a tomar esta dolorosa decisión".
La situación se agravó aún más cuando la noche de ese mismo día, por orden del juez, con el fin de incautar dispositivos electrónicos, se allanó el departamento de Alberto Fernández en Puerto Madero, donde vivió con Yáñez algunos años. Departamento, con fachada gris y dos balcones que dan a la calle, del que Alberto lleva prácticamente cuatro días sin salir, porque se encuentra lleno de medios de comunicación.
Esta situación ha generado una ola de reacciones no solo de figuras políticas como Fernández de Kirchner, sino también de la militancia de su propio partido, quienes han condenado contundentemente estos actos simplemente por la máxima de la sororidad, el creerle a la víctima. La exdiputada Ofelia Fernández calificó al expresidente como un "psicópata" por haber "usado durante años al feminismo". En un mensaje en redes sociales, expresó su decepción, pidiendo perdón por haber apoyado a Alberto Fernández.
Resulta inevitable comparar este caso con el de Félix Salgado Macedonio. Aunque él no era presidente, su caso involucró a su partido, y surge la pregunta: ¿Qué hubiera pasado si la reacción de la militancia de Morena hubiera sido tan contundente como la de la militancia argentina? En México, las justificaciones fueron más que las respuestas, mientras que la militancia argentina actuó con firmeza, incluso con mucho más que perder que en México en ese momento. A pesar de tener en la presidencia a alguien que no cree en las instituciones para combatir la violencia de género, el feminismo argentino ha demostrado ser pionero al no ceder ante intereses políticos con una mirada a largo plazo.
En un contexto en el que muchos pensaban que el movimiento feminista estaba relegado, este caso demuestra su capacidad de retomar el debate sobre la violencia contra las mujeres, la mediatización de los procesos judiciales, y la importancia de que las instituciones protejan a las víctimas con la misma diligencia mostrada en este caso. Esta situación no solo ha marcado un giro inesperado en la política argentina, sino que también ha consolidado a un expresidente como un villano, al igual que muchos que han sido denunciados.