En términos astronómicos, entendemos mucho del cenit en el sol, la parte más álgida en los rayos del cuerpo celeste sobre la tierra y que ilumina en su totalidad; el nadir, por el contrario, es la línea vertical opuesta, la de penumbras y obscuridad.
No encontré mejor analogía política al ser un simple observador de los resultados electorales del pasado 2 de junio hacia al Partido de la Revolución Democrática, quien por tres décadas fuera la principal fuerza política de izquierda del país, parte fundamental de la historia contemporánea y que hoy se extingue abruptamente.
Las oficinas nacionales han cerrado sus puertas y dejan atrás el legado de, quizá, el último prócer del nacionalismo mexicano en la figura del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, quien a media campaña anunció que votaría por Claudia Sheinbaum, candidata de Morena y obviamente del presidente de la República. Sin duda, un golpe doloroso para la militancia de a pie del Sol Azteca.
La pérdida de personalidad, de las causas y del encono de los grupos al interior llevaron al caos al partido; es bien sabido por todos que fue lo que motivó al Presidente Andrés Manuel López Obrador a hacerse a un lado y fundar el ahora hegemónico Movimiento de Regeneración Nacional, Morena, y convertirlo en la aplanadora política que hoy por hoy suma las voluntades en masa de los mexicanos y que derrocó, por mucho, al Goliat tricolor que significaba el Partido Revolucionario Institucional.
La transición hacia la desaparición del PRD a nivel nacional, según expertos, tardará ocho semanas, pero hoy vemos cómo se finiquitan a trabajadores que fueron leales a la causa amarilla a pesar de soportar varias crisis, aunque eso parece no causarle alguna incomodidad a los responsables de la caída: los Chuchos.
Para ellos la salida es fácil, huir a las huestes de los estados donde sí alcanzaron el porcentaje para sobrevivir, incluidos el Estado de México, Ciudad de México y Michoacán, con una retórica equivocada de enterrar los ideales del partido.
Algunos de sus dirigentes parecieran que les quieren comprar la idea a los Chuchos, la cual es sencilla; cambiar las bases ideológicas, asumirse como un partido de centro y cambiarle el nombre; es decir, dejar de ser el Partido de la Revolución Democrática, para dar paso a algo así como la Marea Rosa que tanto está de boga, tirando a la basura un legado que la izquierda del siglo XX empeñó al Sol Azteca.
En el Estado de México suenan las alarmas de una lucha más al interior de sus bizarras tribus que amedrentan con una lucha encarnizada por el poder de la dirigencia estatal.
Recordemos que en agosto próximo termina la gestión de Agustín Barrera y que la dirección estatal conformada por siete secretarios, se percibe como el campo de batalla en el encarnizado pleito por los "terrenos del abuelo", para decirlo de una manera muy coloquial.
No se entiende cómo es que un partido tan icónico para los mexicanos, como es el del Sol Azteca, que ha sobrevivido a los Chuchos y a sus distintas corrientes en más de una decena de municipios, pretendan sepultarlo sin mayor explicación y principalmente sin un llamado a cuentas de sus dirigentes. Porque del resultado del domingo hay nombres y apellidos de quienes dirigieron la estrategia y de quienes operaron los recursos, ellos tienen que rendir cuentas a sus votantes.
Las negociaciones de las últimas alianzas con el PRI y el PAN fueron la causa de que buena parte de su militancia huyera a otros horizontes y hoy, si existe dignidad, lo único que les queda es luchar por la historia del Sol Azteca, en aras de renacer.