Todo se ha dicho en torno a la consulta para la revocación de mandato. Las más recurrentes y elaboradas reflexiones en espacios de opinión son en contra. La mayoría sugiere que participar es avalar una farsa; otros señalan que no debe dejarse pasar una forma civilizada y activa para expresar el rechazo al presidente López Obrador. Sabedor de que los resultados le serán favorables y que el cuestionamiento mayor será la baja participación alienta a quienes votarían en contra, aunque el aparato oficial y partidista está movilizándose con buenas y malas artes, legales e ilegales para promover el voto por la continuidad.
En estos tiempos de populismo y descrédito de la democracia representativa poco se ha dicho que la revocación como tal es una trampa. No es aceptable que una minoría, 3 por ciento, pueda abrir un expediente de consulta con alto costo y mayor riesgo para que quien fue electo por la vía democrática esté expuesto a ser removido. El umbral debió ser considerablemente mayor; además, popularidad no es sinónimo de buen gobierno. La institución abre la puerta a que un presidente electo democráticamente sea reemplazado por otro a partir de los intereses propios de la política. Seis años de gestión son muchos, acortarlos irresponsablemente echando al presidente del poder es comprometer el valor mayor de la civilidad: la estabilidad política.
La oposición cedió porque el populismo a todos ha cautivado en detrimento de la democracia representativa. Además, se conceptualizó mal la consulta al pretender volverla ciudadana cuando es un evento estrictamente político. Remover es tanto como elegir. Quien está en juego no debe estar impedido en forma alguna de participar y hacer su caso ante la ciudadanía. La violación a la Constitución y a la ley, desde luego inaceptable, es la consecuencia del mal diseño de la institución, responsabilidad de quien ahora se queja, reclama y abiertamente promueve la violación a las reglas que él mismo y los suyos promovieron.
La oposición comparte la confusión, la partidista y la que se manifiesta en los espacios de opinión pública. Desde luego que el debate enriquece, pero un poco de realismo mostraría que lo que ocurra no será por lo que se diga con elaboradas, serias y rigurosas reflexiones editoriales. La gente no va a votar porque no hay interés, debido a que no hay competencia, ni siquiera incertidumbre, tan es así que la duda no es si prevalecerá el voto por la continuidad, sino cuántos irán a votar.
López Obrador apostó a la revocación de mandato. Una institución muy delicada que merecía otro tratamiento constitucional, manoseada en su concepción e instrumentación para apuntalar la presidencia ante la baja de poder propia del ciclo sexenal. No importarán las cifras, sino la legitimidad del mandato, que no pasa ni por la popularidad ni por la burda tergiversación de la consulta, lo que más afectará al Presidente por las impugnaciones que su conducta aviesa prohijó y que habrán de acumularse en la jornada de la consulta.
Federico Berrueto
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