Me llegó un correo con una invitación a un Diplomado de Lenguaje Corporal. Curiosamente el título del correo contenía la pregunta ¿Qué tan buen mentiroso eres? El texto del correo hablaba sobre las mentiras y los mentirosos. Me llamó la atención que solo hasta el final mencionaba que era para un curso de Lenguaje Corporal con un workshop especial para detectar a mentirosos.
Mentiras enormes como catedrales o mentiras sin importancia. Hay quienes lo hacen divinamente bien, otros de un modo bastante torpe. Si algo nos hermana a todos los seres humanos es que todos, sin faltar ninguno —y desde bastante corta edad—, hemos mentido alguna vez, pero paradójicamente, detestamos que nos mientan.
Ser un buen mentiroso no es algo fácil; para mentir bien hay que tener una memoria privilegiada y ser congruente con la mentira. Quizá lo más importante para ser un buen mentiroso es que no te importe que te descubran porque tarde o temprano lo harán. Uno pensaría que en estos tiempos en que casi todo lo que hacemos queda documentado, ya sea en una grabación, video o foto, cualquiera lo pensaría dos veces antes de decir una mentira y habría, si no más honestidad, más cuidado al mentir; sin embargo, a pesar de saber que nuestras mentiras solo nos brindan un desahogo temporal es algo que se sigue haciendo, incluso me topé con un artículo en el que se calculaba que cada día oímos o leemos más de 200 mentiras.
Si lo pensamos dos veces, mentir es absurdo ya que generalmente terminamos con un problema mucho más grave y con peores consecuencias que lo que hubiese sido haber dicho la verdad en su momento. Bien sabemos que, además, la confianza que perdemos difícilmente la podemos recuperar. Con la desventaja que mentir trae como consecuencia más mentiras. Muchas veces el enojo que se genera ante una mentira no proviene del hecho que tratamos de ocultar, sino de la falta de honestidad o confianza que tuvimos con esa persona. Lo verdaderamente absurdo en el tema de las mentiras es que muchas veces acabamos creyendo las nuestras. Una vez en el autoengaño es difícil pensar con claridad, bien reza el refrán, “no hay peor ciego que el que no quiere ver”.
En términos de política, creo que si algo quedó claro es que estamos hartos de las mentiras y la falta de honestidad. Y ojo, mentir también implica proporcionar la información a medias u ocultarla. El presidente de EU, Donald Trump —de acuerdo con un reportaje de Brian Seltzer en CNN (https://edition.cnn.com/2018/05/01/politics/donald-trump-3000/index.html)—, ha mentido más de 3 mil veces en solo 466 días. Promediando, resultan más de seis mentiras al día, ¡documentado!
Se cree que la palabra sincera proviene del latín “sine cera” (sin cera) porque cuando los artesanos romanos fabricaban ollas o jarras a veces sellaban la base con cera para cubrir pequeñas resquebrajaduras. Con el tiempo, la cera se derretía o desaparecía, haciendo que la olla fuera inservible. Por lo tanto, esas ollas no acabadas con cera llevaban la inscripción: “sine cera” para demostrar su calidad y solidez. Estaban libres de engaños. Fue a partir de ahí que evolucionó la palabra sincera1.
Estamos en una época de transformación para el país. Confiemos que la sinceridad sea la piedra angular en todas las comunicaciones. Las mentiras o medias verdades harán imposible un cambio profundo.
Buen domingo a todos.
1 https://www.theguardian.com/books/2004/oct/19/poetry12.
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