Sácalo de tu clóset, te conviene

  • Neteando con Fernanda
  • Fernanda de la Torre

Ciudad de México /

Estamos en pleno otoño y me doy cuenta de que no tuve tiempo o ganas de terminar la "limpieza de primavera". Saqué algunas cosas, pero no me di el tiempo de deshacerme de todo aquello que no necesito. Existe en mí una parte a la que le cuesta desprenderse de las cosas. No sé si sea por los recuerdos o como una medida de previsión, porque piensas que lo puedes necesitar y la economía no está como para comprar doble.

Cada año me topo con piezas de las que no me puedo deshacer y que no tienen otro objetivo más que ocupar un espacio y guardar polvo. Seguramente pasará otro año y ahí estará el vestido con el que presenté mi primer libro en la FIL: aunque no me lo haya puesto en un año, no puedo tirarlo porque es como si los recuerdos de ese día estuviesen anclados en ese vestido colgado en el clóset. Esa prenda rompe (y probablemente continuará rompiendo) la regla de oro de tirar todo aquello que no haya utilizado en un año.

Los armarios son en cierta forma testigos de nuestra existencia. De acuerdo con un estudio, 85 por ciento de las mujeres guardamos ropa que no nos queda. Alguna de talla menor "para cuando bajemos de peso", y otra holgada "por si se necesita", además de conservar la ropa que nos recuerda momentos especiales, como tan bien lo plasma la obra Amor, dolor y lo que traía puesto. En el caso de la ropa de talla menor, quizá de alguna manera se abriga la esperanza de que finalmente vamos a ponernos a dieta, de que volveremos a usar el vestido en una ocasión especial, o el temor a la escasez ya que podríamos necesitarla y no tengamos los medios económicos para adquirir una prenda similar. Así, el vestido de fiesta pasado de moda se queda en clóset durante años. En ocasiones la ropa está nueva, pero sacarla es asumir un error que cometimos el día que la compramos; nos preguntamos: "¿En qué estaba pensando cuando compré algo de este color?". Mejor guardarlo esperando que el esperpento se ponga de moda o encontremos la ocasión para usarlo, ya que finalmente uno espera desquitar, con varias puestas, el costo de una prenda; tirarla sin usar no cumple ese propósito.

No poder soltar la ropa es un problema: quita espacio y acumula polvo; sin embargo, no poder soltar el miedo o rencor nos quita vida. Así como es fácil guardar ropa que no nos queda, engancharnos en tonterías nos quita tiempo y no tiene nada productivo. Twitter es un buen ejemplo de ello. ¿Qué caso tiene engancharse con el comentario negativo de una persona que no tiene el valor de poner su nombre y apellido? Ninguno. ¿O responder a los insultos que profiere alguien cuya foto es un huevo o habla sin pruebas? Tampoco. Son incapaces de reconocer un error, disculparse y rara vez aportan algo de valor al debate. Su estrategia es desacreditar y molestarnos. Poder soltar todos esos lastres de rencor o miedo nos hace sentir mejor, nos permiten enfocarnos en lo que es importante y nos ayuda a ser mejores personas. Por ello, el budismo, el catolicismo y, supongo, las demás religiones hablan de las bondades del perdón y de soltar los resentimientos.

Mi prima, que está cambiándose de casa, me habló del libro de Marie Kondo The Life-Changing Magic of Tidying Up: The Japanese Art of Decluttering and Organizing, en el que recomienda sacar toda tu ropa del clóset, amontonarla sobre el piso y solo volver a guardar la que amas.

Al igual que sacar la ropa que no usamos del clóset, lograr soltar es una cuestión de decisión: dejar atrás esas palabras hirientes que lastimaron para que dejen de tener poder sobre nosotros. Hacer caso omiso de las palabras hirientes, ignorar los insultos es una decisión. Nada más. Si bien en muchos casos no es fácil, tampoco es imposible, y es lo que nos permite seguir adelante.

Así como existen múltiples razones para acumular en nuestro clóset cosas que en realidad no necesitamos, también las tenemos para aferrarnos a lo que nos lastima o, peor aún, a ideas que nos limitan, creencias sobre cómo deben ser las cosas, cómo tenemos que vernos, o qué es el éxito. También están las ideas que nos hacen sentir fatal, las que tenemos que sacudirnos con más urgencia que de la ropa que acumula polvo. No estaría mal sacar todos los pensamientos, amontonarlos sobre el piso y solo guardar aquellos que nos hacen sentir bien.

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