De princesa de carnaval a cantante en bares y de ahí, al mundo del modelaje para después dar el salto a los escenarios, por fin, a través de su participación, en el caso del cine, en el thriller romántico ambientado en la época de la Revolución Verano violento (Corona, 1960), compartiendo cámara con Pedro Armendáriz, y en Una viuda y sus millones, por lo que respecta al teatro: desde entonces mostraba ese erótico halo de seguridad de quien se sabe libre. Isela Vega, echada para adelante como buena norteña, nació en Hermosillo en 1939 de donde partió a Estados Unidos y después a la Ciudad de México, en donde se empezó a vincular con el mundo del espectáculo. Tras varias apariciones secundarias en la década de los sesenta a manera de calentamiento, finalmente asumió un rol más protagónico en Don Juan 67 (Velo, 1967) junto con, quién más, el galán del momento Mauricio Garcés en plan de millonario machín; volvieron al plató en la seductora La cama (Gómez Muriel, 1966), completando el trío Zulma Fayad, por si hiciera falta, y en Casa de citas (Yagüe, 1978). Posteriormente amplió su radar de géneros vía La cámara del terror (Ibáñez, 1968), al lado del mítico Boris Karloff, mientras que en el western cómico Por mis pistolas (Delgado, 1968) hizo lo propio con Cantinflas. Además de empezar a participar en la televisión en los años setenta, entre telenovelas y recientemente en series, como lo hiciera hasta el final de su vida, se consolidó como una de las figuras más reconocidas del cine mexicano, entre la transgresión, la encarnación de la noción de sex symbol y mujer fuerte y arriesgada. Bajo la dirección de Francisco del Villar, muy relacionado con importantes literatos de la época, filmó algunas de sus mejores películas: Las pirañas aman en cuaresma (1969) y La primavera de los escorpiones (1971) con sendos guiones de Hugo Argüelles y, sobre todo, El llanto de la tortuga (1974), revelador, desafiante y notable retrato de personajes de la clase acomodada durante un viaje a Acapulco, coescrita por Vicente Leñero y fotografiada por Gabriel Figueroa. Participó en los filmes de Mauricio Walerstein Las reglas del juego (1971) y Fin de fiesta (1972), así como en La bastarda (Gómez Muriel, 1972) y el impulso alcanzó para romper fronteras por medio de Furia en la sangre (Shear, 1973), con la actuación de Richard Harris y co-dirigida sin crédito ni más ni menos que por Samuel Fuller, e incluso para ponerse a las órdenes de Sam Peckinpah, interviniendo como la novia del protagonista en el clásico Tráiganme la cabeza de Alfredo García (1974), si bien había tenido una pequeña aparición algunos años antes en un coproducción titulada Rage (Gazcón, 1966), con la presencia de Glenn Ford. Se sumó al viaje propuesto por Roberto Gavaldón en su filme El hombre de los hongos (1976) y posteriormente compartió cartel con Mario Almada en La viuda negra (Ripstein, 1977), encarnando con decisión a una huérfana que ayuda al cura de un pequeño pueblo donde los deseos y sentimientos se van complejizando. Cerró estos memorables años actorales con María, la santa (Fandiño, 1977), Oro rojo (Vázquez, 1978) y por supuesto, formando parte del elenco de Muñecas de medianoche (Portillo, 1979), clásico del cine de ficheras. En los ochenta coprodujo y actuó en Dulces navajas (1980) de Eloy de la Iglesia, actuando como una madura prostituta y desarrolló también ambas funciones, además de co-escirbir en Una gallina muy ponedora (1982), contando con la aparición de Lola Beltrán y de nuevo colaborando con Rafael Portillo, como en Las cariñosas (1979), Las tentadoras (1980) y En legítima defensa (1992); trabajó con Felipe Cazals en Las siete cucas (1981), centrada en un prostíbulo familiar; participó con Jaime Humberto Hermosillo en Las apariencias engañan (1983), alrededor del tema de la transexualidad y que tardó en estrenarse cinco años. Con el apoyo de Argüelles, se animó a escribir, dirigir y producir, entre hechizos y conjuros amorosos, Las amantes del señor de la noche (1986).
Logró seguir apareciendo en algunas películas durante los noventa en papeles de soporte, como en Manhattan Merengue! (Vasquez, 1995) y la comedia política La ley de Herodes (Estrada, 1999), asumiendo el rol de una ruda matrona de pueblo, así como durante las dos primeras décadas del siglo XXI, entre las que se encuentran los dramas con apuntes sociales Puños rosas (Gómez, 2004) y Fuera del cielo (Patrón, 2006), coescrita por Vicente Leñero; el drama familiar Contracorriente (Gutiérrez y Salinas, 2006); Arráncame la vida (Sneider, 2008); la paródica Salvando al Soldado Pérez (Gómez, 2011) y El Jeremías (Safa, 2016), entregando una consistente actuación. A final, esta disruptiva y confrontadora diva, participó en la serie televisiva La casa de las flores (2019-2020) y Cindy la regia (Aguilar y Limón, 2020).
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