Un par de películas mexicanas, primeros largos de sus respectivos directores, que se vinculan en cuanto a la presentación de sendas situaciones en las que prevalece la búsqueda de sus protagonistas femeninas por resarcir un daño o que se cumpla la ley, en función de los distintos contextos en los que se desenvuelven y de acuerdo con los desafíos que enfrentan. De tono distinto y planteamientos argumentales que van de una cierta paradoja con toques de sátira a un realismo de dolorosa actualidad, ambas se desarrollan en contrastante blanco y negro para presentar el duro medio urbano o el precario ámbito rural en los que se desarrollan los acontecimientos.
Desde hace varias décadas, la impartición de justicia en México ha sido uno de los grandes pendientes que sigue sin resolverse, a pesar de la alternancia y la presencia de distintos partidos políticos al frente del gobierno. Si el 2 de octubre de 1968 representó un despertar de la sociedad ante los abusos del ejército, el control absoluto del partido hegemónico evitó durante mucho tiempo que se lograra el tránsito hacia la democracia y así instalar la dictadura perfecta (Vargas Llosa, dixit). Y para el siglo XXI, la omisión en amplias regiones del país o de plano la colusión con el crimen organizado por parte del Estado, se ha convertido en uno de los principales crímenes del poder político que ha dejado un trágico derramamiento de sangre y un contexto de miedo permanente.
No se olvida
Socorro, una abogada entrada en años que comparte su departamento con su estrafalaria hermana y que le da hospedaje a su hijo y su esposa argentina, encuentra una posible pista sobre quién pudo haber matado a su hermano en el fatídico 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco, hecho que la ha mantenido entre deprimida y furibunda con un sistema dentro del cual ha aprendido a moverse. Empieza a planear y mover sus influencias y contactos desde el caos de su amontonado hogar -preciso diseño de producción- para dar con el soldado y cobrar venganza por propia mano, mientras atiende algunos asuntos, trata de lidiar con el silencio de su hermana, el desempleo de su vástago (Pedro Hernández) y la desesperación de su nuera.
Dirigida por Pierre Saint-Martin Castellanos (cortos Extraños en un tren, 2020; Nubes distantes, 2010; Tristeza, 2007; serie Sin límites, 2012-2013), egresado de la UAM y la ENAC, y con apoyo en el guion de Iker Compeán Leroux que retoma ciertos elementos de la madre del realizador, No nos moverán (México, 2024) explora los recuerdos dolorosos de la matanza de Tlatelolco y las consecuencias que transitan entre la tristeza y el coraje décadas después en las personas que perdieron a algún ser querido, aquí representadas por la incisiva protagonista, interpretada con gran desparpajo por una resolutiva Luisa Huertas, brindando una de sus mejores actuaciones por fin con el protagonismo que merece.
Para urdir todo el plan dentro de la telaraña burocrática en la que sólo avanza quien transa, la abogada igual recurre a Siddartha, un joven cercano a quien ayudó en su momento (José Alberto Patiño, en cómico plan cómplice) que a su viejo mentor (Juan Carlos Colombo), y hasta a la nuera vuelta confidente (Agustina Quinci, confiable), así como a algún ex compañero gansteril conocedor de las mañas necesarias en los ambientes de corrupción e incluso a gente que opera en lo oscurito para tratar de secuestrar al presunto culpable del crimen del hermano: quedar ante la posibilidad de la venganza largamente anhelada o inclinarse hacia el perdón y el reinicio de la vida sin el lastre del rencor.
Con fotografía contrastante que se desliza del enfoque onírico y atemporal —esas plumas cayendo— con una mirada claustrofóbica y realista que se entromete en el edificio, el departamento y en las conversaciones, con imágenes recordatorias de ese 2 de octubre que no se olvida, abundancia de primeros planos envueltos en el humo del cigarro y apenas asomándose por la ventana para descubrir al gato acechando a la paloma portadora de mensajes, se desarrolla este relato que sabe transitar del absurdo al humor negro y de ahí al apunte social y memorioso, con todo y las reflexiones en torno a los vínculos familiares y a las alternativas para redefinir las propias obsesiones, ésas que quizá sí se puedan mover.
A su suerte
Una guardabosques y docente (Carolina Guzmán, también bióloga ambientalista) intenta movilizar a la comunidad para defender sus recursos naturales frente a la tala clandestina y el predominio y control del crimen organizado, frente a la irresponsable ausencia del estado. Enclavado en la selva chiapaneca, el pueblo básicamente vive de la siembra y cosecha del café, resistiendo los vaivenes del mercado y los abusos de distribuidores, mientras una plaga primero invisible y después omnipresente, va carcomiendo la planta y, en sentido metafórico, el tejido social, obligado a rendir cuentas a algún amenazante cártel que se introduce silenciosamente hasta corromper las relaciones entre las personas y con el ambiente natural, forzando la sumisión y promoviendo la inacción como únicas respuestas para sobrevivir.
Ganadora en el Festival de Morelia de los premios a película, director y actriz, La reserva (México, 2024) es la ópera prima de Pablo Pérez Lombardini, quien se introduce en un tema de compleja y lacerante realidad en nuestro país que le ha costado la vida a varios activistas ambientales. Con un inicio poderoso en el que se presenta la fauna de la selva, que se pudo haber retomado para el desenlace, la cinta alcanza momentos de gran realismo —la asamblea, los vínculos entre las mujeres, la acechante presencia de los criminales— y de alcance metafórico —la muerte, las semillas del café— pero obvia el decisivo proceso de transición de la protagonista, como le sucedió a Sujo (Valadez, 2024), y no consigue profundizar del todo en los vínculos perversos y de abuso, incluyendo los desplazamientos forzados o la incorporación a las bandas delincuenciales.
Con fotografía que integra un tono directo con alcances oníricos —ese desplazamiento de la cámara por el río y las tomas de los bosques acechados por la corrupción humana— se consigue capturar cierta cotidianidad comunitaria con la participación de actores y actrices no profesionales, así como la forma en la que un intento por resguardar los recursos y aplicar la ley, termina por generar consecuencias injustas en un contexto controlado por grupos criminales que acaban devastando los ambientes sociales y naturales que dominan, obligando a la gente a sumarse a ellos o a huir, so pena de ser asesinados: en tanto, los tres niveles de gobierno, el ejército y la Guardia Nacional pecan de omisos en el menos peor de los casos y cómplices en el peor, situación bien aclarada por esa siniestra llamada telefónica a la valiente y comprometida guardabosques.