Miércoles 9 de los corrientes. En la mañanera. Nuestro Presidente. Escuchemos:
—A ver, ¿qué cosa es la resiliencia?
El murmullo en el salón palaciego. El Mandatario en lo suyo. En clase semipresencial y virtual para toda la nación. El Mandatario anda buscando una palabra que ha escuchado con frecuencia, que dice estar de moda pero no atina a recordar. Una palabra de uso frecuente entre las elites, entre los jefes de Estado del G20, entre los intelectuales —nos informa—, como la palabra “empatía” o como la propia “resiliencia” citada arriba. “¿Holístico?”, le ha lanzado un atento concurrente. “¡Eso, holístico, eso: está de moda!”, le responde aprobatoriamente.
A nuestro Presidente se le observa algo más marcado de surcos en su rostro (véase minuto: 1:08:49), algo más encorvado, más hartado, quizá de tanto pelearse con imaginarios molinos de viento o de los muchos manoteos al aire. A uno, verlo ahí, más circunspecto que otros días, poco dado a la exposición de sonrisa, con el cabello más relamido, se le ha parecido como cenizo de pelaje, triste, mortecino.
Es miércoles y a esas horas el catedrático parece agotado. Las actividades de cara al público exigen una exposición excesiva, sin duda. Agotan, sobre todo cuando su público es iletrado. Peor aún, cuando este pueblo, el suyo, es corto de molleras:
“Entonces, a veces cuestiona uno el habla popular, pero es la mejor manera de que la gente tenga información, hablarle al pueblo. ¿O qué?, ¿lo que escribió Cervantes en El Quijote era o usó ‘holístico’, ‘resiliencia’? ¡Nada! Es un lenguaje accesible, el lenguaje del pueblo, un buen castellano.”
Nuestro Presidente sostiene en su cátedra que los malvados “intelectuales orgánicos” subestiman al pueblo por ignorante. Que se dirigen y escriben solo para las elites. Que no les interesa el pueblo, que lo desprecian “supuestamente porque no tiene nivel educativo”. Y en esa confesión de partes, uno ya no sabe si es el catedrático quien se mira como tal o si como tal mira a su pueblo.
Al pueblo, como se sabe, siempre lo ha traído para arriba y para abajo, lo lleva a todas partes y a todas horas. Lo trae en el bolsillo del pantalón, a la altura de los hombros, en la palma de la mano, en su dedo flamígero o en la punta de la lengua. A veces pareciera como si fuera su amuleto de la suerte, un escapulario contra las malas compañías, un revulsivo contra los opositores, un espejo donde se mira, narcisista, o hasta como un distinguido salvoconducto: “vengo de parte del pueblo”, “ya no me pertenezco, yo soy de ustedes (el pueblo)” o los muy socorridos: “el pueblo es el que manda” o “por mandato del pueblo”.
Estamos en este miércoles 9 de los corrientes y acaba de llamar, para beneficio del pueblo, a firmar los acuerdos con los sectores empresariales y obreros sobre el outsourcing, a unirnos en pro de la patria sin imposiciones, sin amenazarnos, a la defensa de lo que llama “diálogo circular” aunque gire y gire sobre sí. Aquí estamos en clase. Este miércoles que ha puesto a su auditorio a prueba. Como en examen.
Y no es que uno le tenga ojeriza a las mañaneras en Palacio. Es de que uno está obligado por oficio, ánimos de estar al día en las novedades y hasta por educación cívica, seguirlo todas las mañanas como en santas misas. Sin faltas ni recatos. Atenderlo. Secundarlo. Imitarlo. Cómo sería posible, a estas alturas de las 512 “conferencias de prensa” (así las define), no seguirlo en su titánico esfuerzo pedagógico para ilustrarnos y conducirnos por el recto saber y la sapiencia.
@fdelcollado