No fue un chiste ni debería llamar a la jarana pública.
Me refiero al oficio de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) para salir al paso del “apagón” de finales de año. Si recordamos, el pasado 28 de diciembre más de 10 millones de usuarios se quedaron sin luz. Al día siguiente, en conferencia de prensa, el director de CFE, Manuel Bartlett, justificó la falta del suministro eléctrico por un incendio de pastizales en el municipio de Padilla, Tamaulipas.
Ahí, la CFE expuso un oficio falso, apócrifo, donde se desprendían al menos tres falsedades: una, se mintió al señalar que Protección Civil del estado de Tamaulipas intervino o tuvo conocimiento del incendio; dos, se habría falsificado la firma del coordinador estatal y el logo del organismo, tres, el número de folio no coincidía con la serie institucional y no contaba con el sello de despachado.
Qué chiste quiso ser ese, qué burla se pretendió lograr con permitir y, con ello, hacerse cómplice de una perversa fabricación de mentiras. ¿Así juegan a la política? Repitamos para no llamarnos a engaños: desde la CFE se presentó un oficio para timar y, con ello, manipular.
No es un chiste. Ni se cuenta solo. Es el reconocimiento, ya sin pudor alguno, de un estilo de gobierno que está haciendo de la mentira uno de sus ejes principales de acción política. Es, me parece, una actitud a la desesperada para justificar, con engaños, lo que no se ha podido realizar medianamente bien ni mucho menos transformar.
No es menor. De hecho, esa mentira fue reconocida por las propias cabecillas. El 5 de enero desde la cuenta de la CFE en Twitter se transmitieron las declaraciones de su director Manuel Bartlett: “Vamos a buscar que ese tema del oficio se resuelva y se averigüe. Habrá responsables de ese documento apócrifo, el documento no es la explicación de la falla”. Releamos: Bartlett viene y nos dice “vamos a buscar”. Pero no se trata de ir a buscar. Se trata de encontrar, sancionar y, en consecuencia, renunciar. La negligencia es también corrupción.
Utilizar a las instituciones públicas para emitir documentos falsos no es frívolo ni gracioso pese a que se busque folclorizar, argumentar como parte de la cultura nacional, del muy mexicanismo “haiga sido como haiga sido”. La falsedad es bajeza. Es incívica. Daña los cimientos mismos en los que se construye la política y sus consecuencias son todavía más nocivas para la convivencia pública.
Mentir deteriora la palabra empeñada con la que debe formarse el político. Nada justifica que mientan. Ni por causa, proyecto o quimeras. El proceso político mismo, entiéndase, no debe estar vinculado a ninguna doctrina en particular (les parezcan éstas genuinas o no), sino en esa acción que lleve a encontrar soluciones concretas al perpetuo y cambiante problema de la conciliación social. Y para hacer posible esa conciliación no hay mejor manera que dejar de mentirnos. Cuando se miente se quiebra todo: el diálogo, la palabra, la credibilidad que se sustenta en el apego a la verdad objetivada.
Imponer, amedrentar, mentir, hay que decirlo directo, no forman la acción política ni la política misma. O se construye política con la palabra empeñada que es la verdad con la que nos exponemos antes los otros o no se construye nada. Lo otro, la imposición a través del terror, las armas o por medio de esos perversos juegos de las fake news tan usadas por los autócratas bananeros de hoy (véase Donald Trump) no es política. Es otra cosa. Eso es, acaso, engañar. Propio de vulgaridades. De primates.
@fdelcollado