Umbral

Ciudad de México /

Ahora que lo vi despedirse de otro de sus cercanos colaboradores en su gabinete de gobierno, el que ocupara la secretaría de Educación. Ahora que lo vi recargado de codo en su escritorio para posar al retrato con la recién nombrada secretaria de Seguridad Pública. Ahora que lo vi algo suelto de cuerpo, repantigado en esa silla de estilo colonial con la talla del escudo nacional en uno de los amplios corredores de Palacio y al lado del jovenazo que le había pedido una entrevista para una plataforma digital, me pareció observar como que acusaba desgano cuando no fatiga.

Me pareció que, pese al traqueteo burocrático que lo circunda o la sonrisa obligada a cuadro, forzada, que ha de mantener para las fotos, se percibe algo más decaído y, si me apuran, con esa sensación de estar más solo. De esa actitud propia de los monarcas ya mayores que se la viven en recogimiento y cada vez más incrédulos y sordos a las voces que lo adulan, le consienten y le encubren (el breve encuentro que filmó en uno de los patios de Palacio junto con Ignacio Mier, el coordinador de Morena en San Lázaro, es un excelente botón de muestra). Algo dibuja al Ejecutivo como en apartamiento, distante, enfurruñado. En la soledad de Palacio. Lejos, incluso, de la inseguridad salvaje y reinante en el país. Me dio empatía. Ternura.

¿Qué edad tiene nuestro Presidente? Navego en la web y confirmo que va en los 67 años. Nació en noviembre, un día 13. Escorpión, igual me entero. Por comodidad estadística desde hace más de un siglo se trabaja con la idea de que la vejez empieza a los 65 años porque ese umbral fijo coincidía con la edad de la jubilación. Leo la información del propio gobierno de la Cuarta Transformación y confirmo esa certeza estadística: “60 años para cesantía en edad avanzada y 65 años para vejez”, se describe en el portal del IMSS.

Escribió Aurelio Arteta que la vejez es esa fase en que la tentación del autoengaño se acrecienta al máximo, por no soportar tanta realidad tan desdichada. Se dice que la religión es uno de los recursos más socorridos para encontrar alivio (“el pueblo es nuestro ángel de la guarda”, acaba de decir nuestro Presidente en la mañanera del 15). Sostiene Arteta que para los viejos se da también la soledad con los demás. El que lleva la vejez a cuestas, se siente extraño entre los jóvenes a quienes los empieza a ver como ilusos, y a los pares en edad, les cuesta atenderlos y más cuando se vuelven únicamente portadores de desastres idénticos a los suyos como los achaques o los recuentos de males endógenos cuando no de los enemigos de antaño y nuevos. “La soledad es el destino del viejo, porque siempre nos morimos solos y para quedarnos más solos todavía”, escribió Arteta. Igual suscribía lo que García Márquez apuntó, mágicamente, en Cien años de soledad: “el secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad”.

Déjenme recordar lo que me contó un excelente maestro, compañero de oficio, en aquel café de Zacatecas. De cómo lo miró un tejón. Desde su ventanal en su rancho de Tepechitlán observó salir de los matorrales de mezquite a un tejón con su reluciente banda blanca en su dorsal. El tejón se detuvo, le miró de frente, unos instantes, y después siguió su camino. Al día siguiente, cuando encontraron al animal muerto, supuso que había querido decirle: “hasta pronto, viejo…”.


@fdelcollado

  • Fernando del Collado
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