Sabemos de marchas. No mucho, pero sabemos. Nos supera, por ejemplo, la CDMX, donde es un estilo de vida. En Jalisco también se marcha, regularmente por inconformidades, denuncias o para demostrar algún poder de movilización. La multitud impone; sujeta al oponente hacia una negociación o renovación de votos. No es un acto estéril. Los que regularmente invitan a marchar lo hacen porque tienen mucho que ganar.
El domingo se marchó en Guadalajara, del Jardín Reforma a Plaza de Armas. Se marchó porque hay mucho que ganar: nada más y nada menos que la gubernatura de Jalisco. Además, se marchó con camisa blanca, camuflaje perfecto de paz, pero no de paz política, porque esta, hoy en día, no existe.
Fueron 10 mil los que marcharon. Personas que buscan que se respete la decisión de la gente en las urnas, pero solo para la elección del gobierno del estado. No se habló de otra cosa, porque ya se sabían ganadas y perdidas las batallas municipales y distritales. Asimismo, la misma gente, al clamor de "Pablo, Pablo", exigió una pronta resolución. Se tiene hasta los primeros días de diciembre, lo que nos dice que al que le urge es al que gana.
Por fin, vislumbramos un par de cosas. La primera: se comprueba que en las elecciones, por más discursos de calma y paciencia que se den, los que ganan tienen prisa por la consumación de sus victorias. Por eso salieron las huestes de Pablo a decirlo: más vale que sea rápido y que se evite un imprevisto. En las elecciones vale más la certeza del ganador que el saberte perdedor. La segunda: hay más coordinación desde el bando ganador que desde el perdedor. El oficialismo continuará gobernando por su mayor capacidad de organización y movilización en nuestro estado. También es cierto que quien mueve la nómina, mueve a la gente, pero es un poder inherente a quien gobierna.
Para evitar seguir calentando la elección del estado, se pide que la Sala Superior del Tribunal Federal – la última instancia – resuelva la impugnación más fuerte, la posible repetición de la elección. Eso sí, que sea con un parámetro estrictamente jurídico, no político, aunque marchar sea, paradójicamente, una de las herramientas políticas más vivas y animadas que existen y no una vía jurídica, como la pidieron los marchantes.