Agua sagrada

  • Nefelibata
  • Flavio Becerra

Ciudad de México /

El agua es sagrada. Y es que sin agua no puede haber vida. Lo anterior es una verdad natural, física, tan evidente que resulta una perversión inaudita que los habitantes de las urbes modernas la olvidamos y, en el menos peor de los casos, se tome a la ligera. 

Todavía falta un mes para que comience el verano y en nuestra ciudad su falta ya se resiente con crueldad.

No existe, nunca ha existido y es fácil adivinar que nunca existirá ninguna ciudad sin un cuerpo de agua dulce cercano que la abastezca. Su agotamiento significaría la condena a muerte de cualquier asentamiento.

Hace unas tres décadas, un estudio realizado en las grandes ciudades de los EUA hizo público que muchos niños de entre los ocho y doce años ignoraban que la leche era de procedencia animal y en cambio pensaban que se fabricaba a la manera de los refrescos.

Peor aún: creían que el agua con que se elabora tanto la leche como las bebidas embotelladas era un producto de elaboración industrial y no un componente del entorno natural.

Sería interesante saber si en el último lustro se ha llevado a cabo un estudio semejante y conocer qué piensan los niños de ahora. La preocupante sequía que se sufre a nivel global en realidad no es algo que nos tome por sorpresa, puesto que desde hace mucho distintas voces han venido anunciándola.

El calentamiento global causado por la sobreexplotación de los recursos naturales cada vez deja de ser un tema recurrente de la ciencia ficción para ser una realidad cotidiana. Lejos de construir una relación virtuosa con el medio, se ha llegado a extremos paradójicos.

El caso del Valle de México es paradigmático: ciudad construida en el centro de un lago, durante siglos la idea de progreso significó desecar grandes áreas a la vez que se entubaron los ríos que lo alimentaban.

Se invirtieron cantidades gigantescas de esfuerzo y recursos económicos para construir las faraónicas obras del drenaje profundo que sacan el agua de la cuenca del Valle. Pero al mismo tiempo se tuvieron que construir y mantener obras gigantescas de ingeniería hidráulica para traer agua a la mega urbe.

En nuestra región tenemos nuestros propio grandes absurdos: pese a estar situada en medio del desierto, la naturaleza formó un sistema de ríos que no desembocan al mar sino en tres grandes lagunas.

Esta singularidad del entorno tuvo como resultado que durante siglos el agua se almacenara en el subsuelo. Agua que además, era de una gran calidad para el consumo humano al estar filtrada por el suelo arenoso.

Hoy, luego de haber interrumpido el cauce de los ríos, secar las lagunas, deforestar áreas enormes y sobreexplotar los mantos freáticos, las industrias ganadera, lechera, cervecera y refresquera, en complicidad con los tres niveles de gobierno, están lejos de cambiar sus políticas de usos y abusos; los mantos se encuentran a poco de agotarse. De no cambiar su relación con el entorno, la Comarca estaría viviendo no un anuncio sino el preámbulo de su fin.

Al acabarse el agua sobrevendrá una catástrofe de dimensiones mayúsculas.

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