Retrato de memoria

  • Nefelibata
  • Flavio Becerra

La Laguna /

Juan José Márquez, fotógrafo, falleció este enero. Lo hizo el día de mi cumpleaños, como para que nunca se me olvide su fecha.

Márquez fue uno de los mejores fotógrafos publicitarios de México, aunque su quehacer no se limitó sólo a ese género. Su inquietud era mayor.

Nacido en Torreón en 1959, pronto su vida fue un constante ir y venir entre La Laguna y la capital del país. Cuando lo conocí, él estaba establecido aquí y hace años había iniciado con éxito su carrera.

Pese a las estrecheces económicas de entonces (luego se reiría de que, a falta de tripiés profesionales para sus lámparas, usaba tubos metálicos clavados en botes de lámina rellenos con cemento), su trabajo comenzaba a ser difundido por revistas especializadas y a ganar premios nacionales e internacionales.

Convivimos mucho a finales de los ochentas e inicios de la siguiente década. Luego, él tomó la determinación de mudarse a la Ciudad de México, con tan buena fortuna que pronto empezó a colaborar para la revista Vogue. Con tesón, logró hacerse de un lugar en tan competida ciudad.

Fue entonces que tomó la decisión de dejar la fotografía artística para concentrarse de lleno en el género publicitario, cosa que cumplió. Aunque en los últimos años comenzó a hacer viajes solo o en grupos a locaciones para enseñar y hacer fotografía en pueblos y paisajes rurales. La vocación no lo abandonó jamás.

Cuando Márquez regresaba a Torreón para visitar a sus padres –ambos fallecieron por covid-19 en diciembre- y nos invitábamos a cervezas o un buen café, era frecuente que yo rememorara algunas anécdotas del pasado que, la mayoría de las veces él no parecía tener tan presentes como. En lo aparente, yo podía recordar.

Varias veces me terminaba diciendo: “Tú vas a escribir mi vida.”

Empresa difícil esa, si no es que imposible, pues una cosa es hacer recuento de una serie de vivencias y otra muy distinta, poder narrar una vida entera. Porque lo que uno llega a saber de otra persona siempre será apenas una mínima parte de su existencia, la externa y la interna.

La memoria es traicionera: los humanos tenemos memoria selectiva, es decir, no recordamos todos y cada uno de los momentos de nuestras vidas. Y los que guardamos se diluyen, se modifican cada vez que los traemos al presente; omitimos y agregamos detalles. En cada ocasión que los narramos (para otros o para nosotros mismos) se cambian palabras, aceleramos o ralentizamos el cuento, moldeamos los matices de la historia.

Y a fuerzas de recordar una y otra vez, todas nuestras vivencias terminan disolviéndose en eso que se ha dado por llamar los ácidos de la memoria.

Por eso y desde hace milenios, todas las culturas se dieron cuenta de que la única manera de conservar las cosas es escribiendo sobre ellas. Y vean ustedes: por definición fotografía significa Escritura con Luz

Con este insuficiente texto, va un abrazo póstumo para Juan José Márquez, escritor con luz y amigo. 

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