Me decía hace poco una adolescente: “no somos de cristal, ustedes son una generación de adultos que se acostumbraron a permitir muchas cosas injustas”. Y creo que en algunos aspectos tiene razón.
Nuestros estilos de crianza en el pasado tuvieron muchos aciertos, como el orden jerárquico y el respeto y la disciplina; pero también múltiples abusos y castigos extremistas bajo la bandera de un respeto malentendido.
Fue importante la enseñanza de la consideración hacia las personas mayores, por su edad y sabiduría, pero fue un error acostumbrarnos a guardar silencio y bajar la mirada: hoy es una característica muy típica de México.
Nos convertimos en adultos permisivos que toleran cosas indignantes, injusticias y desigualdades. Fuimos enseñados para callar. Se les pasó la mano. Los niños remilgosos no eran tolerados, pero algunas formas de disciplina extrema provocaron traumas en los ahora adultos, y aborrecen ciertos alimentos. Muchos vieron de niños a un padre alcohólico y prepotente que insultaba y golpeaba a la madre. Pero la propia madre enseñaba que “es tu padre y le debes respeto”.
Abundan en estas generaciones jóvenes, el maltrato y la violencia familiar desde el mismo noviazgo. Crecieron con ese modelo. Se les dijo que era normal.
Ciertamente en el pasado la figura del maestro era más valorada. Pero ¿qué hay de los abusos cometidos en nombre de la disciplina escolar? Hoy nos fuimos al extremo y las madres defienden a capa y espada las conductas más injustificables y aberrantes de sus hijos y exigen que los profesores sean despedidos. Qué difícil nos ha sido encontrar el punto medio de las cosas. El balance exacto.
Nos quejamos de que los jóvenes están desubicados y esperan muchas consideraciones laborales recién terminada la universidad. Chicos pretenciosos que no tienen idea del costo de la vida. Es cierto. Pero también es cierto que la explotación laboral consumió las vidas de la generación pasada, bajo la idea malentendida del trabajo duro y “ponerse la camiseta”.
Eso provocó que muchos consideraran normal el trabajar horas extras sin percibir un solo centavo agregado. ¿Éramos más fuertes o éramos más tontos?
Me decía hace poco una adolescente: “no somos de cristal, ustedes son una generación de adultos que se acostumbraron a permitir muchas cosas injustas”. Y creo que en algunos aspectos tiene razón.
Nuestros estilos de crianza en el pasado tuvieron muchos aciertos, como el orden jerárquico y el respeto y la disciplina; pero también múltiples abusos y castigos extremistas bajo la bandera de un respeto malentendido.
Fue importante la enseñanza de la consideración hacia las personas mayores, por su edad y sabiduría, pero fue un error acostumbrarnos a guardar silencio y bajar la mirada: hoy es una característica muy típica de México.
Nos convertimos en adultos permisivos que toleran cosas indignantes, injusticias y desigualdades. Fuimos enseñados para callar. Se les pasó la mano. Los niños remilgosos no eran tolerados, pero algunas formas de disciplina extrema provocaron traumas en los ahora adultos, y aborrecen ciertos alimentos. Muchos vieron de niños a un padre alcohólico y prepotente que insultaba y golpeaba a la madre. Pero la propia madre enseñaba que “es tu padre y le debes respeto”.
Abundan en estas generaciones jóvenes, el maltrato y la violencia familiar desde el mismo noviazgo. Crecieron con ese modelo. Se les dijo que era normal.
Ciertamente en el pasado la figura del maestro era más valorada. Pero ¿qué hay de los abusos cometidos en nombre de la disciplina escolar? Hoy nos fuimos al extremo y las madres defienden a capa y espada las conductas más injustificables y aberrantes de sus hijos y exigen que los profesores sean despedidos. Qué difícil nos ha sido encontrar el punto medio de las cosas. El balance exacto.
Nos quejamos de que los jóvenes están desubicados y esperan muchas consideraciones laborales recién terminada la universidad. Chicos pretenciosos que no tienen idea del costo de la vida. Es cierto. Pero también es cierto que la explotación laboral consumió las vidas de la generación pasada, bajo la idea malentendida del trabajo duro y “ponerse la camiseta”.
Eso provocó que muchos consideraran normal el trabajar horas extras sin percibir un solo centavo agregado. ¿Éramos más fuertes o éramos más tontos?