¿Te has preguntado alguna vez el porqué te tocó convivir con personas tan difíciles? No solo en el trabajo o la escuela, en ocasiones esas personas “difíciles” forman parte de la propia familia de origen o en la pareja o los hijos.
Su carácter puede ser desquiciante y nos sentimos frustrados porque en ese tipo de casos no es tan sencillo el poner tierra de por medio.
No puedes regresar a los hijos o cambiar de padres o de hermanos. Y no puedes botar a tu pareja solo porque algunas cosas resulten desesperantes.
Estas personas de carácter “difícil” (según nosotros) son llamados “Maestros de Vida” en algunas disciplinas espirituales y místicas en oriente.
Ellos tienen una cosmovisión en donde se considera que no es una casualidad ni un accidente la familia donde nacemos ni las personas que se cruzan en nuestra vida de manera significativa.
¿Por qué nos tocó una madre terca y desesperante? Pues muy probablemente nos falta desarrollar paciencia y tolerancia.
¿Por qué nos tocaron parientes o amistades abusivas cuando somos nobles con ellos? Quizá necesitamos aprender a poner límites, a decir NO y a desarrollar el amor propio.
Nada es casualidad. No reniegues ni te quejes de ellos. Los amamos y no nos salieron en una caja de cereal ni en una rifa: son parte de un plan divino y nos complementamos mutuamente.
Fuimos puestos juntos por la vida para convertirnos en mejores personas; más humildes, más nobles, más sensatas y empáticas.
Llegamos todos con una misión espiritual que comienza en la familia, y continúa en la pareja y quizá en los hijos, y se trata de llevarnos lo mejor posible y de aceptarnos entre sí.
Por supuesto que eso no significa permitir abusos ni atropellos; a veces es sano y necesario marcharse cuando no vemos una respuesta positiva en los demás.
No podemos hacer más allá de nuestro 50%. Ni se trata de condicionar el acercamiento a lo que ellos hagan. Es tratar de unificar a la familia, tender la mano, poder decir al final del camino con satisfacción: “por mí no quedó”. “Hice lo que estuvo en mis manos”.
Es hacer tu parte y haber caminado hasta la mitad del puente y acercarte a ellos. Si no responden ya no está en ti; ellos se lo pierden.