Experiencias humanas. Nuestras propias sensaciones. Alimentamos a la Deidad con cada vivencia a través de los sentidos, y aderezada con nuestras interpretaciones. Mediante nuestras experiencias como seres imperfectos, Dios se entera de cómo es su creación al otro lado de la eternidad. Desde las situaciones más tristes cuando la injusticia humana nos arrastra, hasta el sublime momento en que tu hijo recién nacido te mira y agarra tu dedo. El Creador vive contigo en los baches y en las cúspides del corazón humano. Ninguna experiencia es desechable; la deidad vive la dificultad y la desesperación del vendedor callejero, que a diario empuja su carrito para ganarse el sustento. Y vive también en la paz de la mesa rebosante, del que disfruta de un café y un libro inspirador al terminar la comida. El impacto del pasar de la calidez del vientre, a un mundo que acribilla de estímulos al recién nacido. Así se entera la Deidad del cómo es el espacio tiempo. Somos el espejo en que se mira. Somos sus intérpretes y sus informantes. Por deducción lógica, entendemos que la naturaleza de Dios es el amor. Porque el amor es dar. Porque desde su perfección en la eternidad, en el no tiempo, una parte de sí mismo se fragmenta para crear a millones de espíritus individualizados con libre albedrío relativo, y uno a uno les ha regalado vida, les otorga su propia presencia; y cada uno de estos seres le cuenta a Dios cómo es la vida en el mundo evolucionario, en el reino de la imperfección, en las tierras bajas del espacio y del tiempo. ¿Nos necesitaba en mitad de su perfección? ¿Para qué? Tal vez éramos la única opción para que su mente perfecta pudiera experimentar la imperfección. O quizá estaba aburrido y se puso a jugar a las escondidas: por eso te equipó con el regalo más maravilloso después del don de la vida: la capacidad de buscarlo y de interesarte por sentirlo. De algún día dejar de vivir de manera mecánica y egoísta. Si eres capaz de sentir el amor y el dolor de los demás, y de ayudar incluso a quienes no conoces, sin duda estás mucho más cerca de Dios de lo que te imaginas. Bienaventurado seas si amas desinteresadamente: eres más similar a Dios que los otros.
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Gabriel Rubio Badillo
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