Cuando dejamos de responder

Jalisco /

La historia reciente de los medios digitales demuestra que la saturación no solo cansa, también corroe. Cuando un canal se llena de ruido, la confianza se evapora. El exceso de información degrada la utilidad de medios hasta volverlos disfuncionales. Hoy ese diagnóstico es plenamente visible en dos espacios cotidianos que antes gozaban de credibilidad casi automática. El correo electrónico y las llamadas convencionales a teléfonos celulares.

Hubo un tiempo en que abrir la bandeja de entrada implicaba una expectativa razonable de utilidad. El correo electrónico era un instrumento de trabajo, coordinación y diálogo. Sin embargo, el SPAM, la invasión de mensajes fraudulentos, promociones engañosas y automatismos sin rostro convirtió ese espacio en un territorio de sospecha. El usuario aprendió a desconfiar, a borrar antes de leer, a asumir que una parte sustantiva de lo que recibe no merece atención. El daño no fue solo operativo. Es simbólico. El Mail dejó de ser confiable. Incluso los mensajes legítimos comenzaron a llegar contaminados por la duda.

Algo muy similar ocurre hoy con las llamadas a celulares. Durante décadas, una llamada implicaba urgencia o cercanía. Contestar era casi un reflejo automático. Hoy sucede lo contrario. Los teléfonos suenan y nadie responde. La proliferación de fraudes, ventas insistentes, extorsiones y llamadas robotizadas ha erosionado la credibilidad del canal. La mayoría de las personas ha aprendido que responder a un número desconocido suele ser una pérdida de tiempo o un riesgo. El resultado es paradójico. El medio sigue funcionando técnicamente, pero ha dejado de cumplir su función social. Conectar personas.

Este deterioro no es menor. Cuando los canales se degradan, la comunicación se vuelve defensiva. Se responde menos, se escucha menos, se cree menos. La desconfianza se generaliza y termina por afectar incluso a quienes actúan de buena fe. Una llamada auténtica, una notificación importante o un mensaje legítimo, quedan atrapados en el mismo mar de sospecha que el fraude.

La lección es clara. La saturación informativa no solo genera fatiga, también destruye confianza. Recuperarla no depende de producir más mensajes, sino de limpiar los canales, restablecer reglas y devolver sentido a la comunicación.


  • Gabriel Torres Espinoza
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