La fatiga de la confianza

Jalisco /

En la era digital, el problema ya no es la falta de información, sino su exceso. La producción de contenidos crece de forma exponencial, hasta alcanzar un punto de saturación donde la capacidad humana para procesar, jerarquizar y comprender se ve rebasada. La infoxicación no es, por tanto, un accidente contemporáneo, sino una consecuencia natural de haber construido un sistema comunicativo cuyo volumen supera la escala de nuestra atención. En ese estruendo incesante, lo esencial se vuelve invisible y lo verdadero, indistinguible.

A esta exuberancia informativa se suma un fenómeno corrosivo, la erosión de la confianza. Degradada hasta el exceso por la incertidumbre del spam, donde el correo electrónico (antes símbolo de eficiencia) terminó convertido en un canal que podía ser ocupado en un 45%, e incluso hasta un 90%, por mensajes fraudulentos o irrelevantes. El resultado es hoy devastador, el usuario dejó de confiar en el correo electrónico, no solo en el remitente desconocido, sino en el medio mismo. Cuando la arquitectura de un sistema de comunicación como este se degrada, hasta los mensajes auténticos llegan contaminados por la sospecha.

Un fenómeno similar ocurre con las llamadas convencionales a teléfonos celulares. Durante años, la llamada telefónica fue sinónimo de urgencia, cercanía y confiabilidad; quien llamaba, en principio, tenía algo legítimo que decir. Sin embargo, la proliferación de llamadas automatizadas, fraudes, ventas agresivas y extorsiones ha degradado el canal hasta volverlo sospechoso por definición. El resultado es visible y medible, pues cada vez menos personas contestan números desconocidos, y muchas han optado por silenciar o bloquear sistemáticamente las llamadas entrantes. Como ocurrió con el correo electrónico, la saturación ha erosionado la confianza en el medio mismo. La arquitectura comunicativa se ha contaminado de tal forma que incluso las llamadas auténticas (una emergencia, una cita médica, una gestión legítima) llegan precedidas por la duda. El problema ya no es quién llama, sino que el canal dejó de ser creíble por la saturación de llamadas automatizadas, fraudes, ventas agresivas y extorsiones. Y cuando un sistema de comunicación pierde credibilidad, deja de cumplir su función social básica, que es conectar.

Hoy ocurre lo mismo con las noticias, los contenidos virales y la conversación pública. Al ciudadano, rodeado de miles de estímulos contradictorios, le resulta cada vez más difícil distinguir lo relevante de lo accesorio, lo veraz de lo engañoso. Incluso cuando las joyas informativas están frente a nosotros, ya no los reconocemos porque hemos perdido la fe en su existencia. La infoxicación no solo multiplica los datos; debilita la credibilidad. Y sin credibilidad, la democracia informativa se desmorona.

¿Cómo se recupera la confianza en este paisaje de murmullo y desorden? En primer lugar, exige un desplazamiento conceptual. Dejar atrás la obsesión por la exhaustividad y recuperar la búsqueda de relevancia. No todo debe ser dicho, pero lo que se dice debe tener sentido, verificabilidad, contexto y propósito. En segundo lugar, es necesario fortalecer el núcleo de información confiable; concentrarse en aquellas fuentes que, por rigor y consistencia, pueden sostener un ecosistema debilitado por la dispersión y la saturación. Y, quizá lo más importante, reconstruir la infraestructura simbólica de la verdad, con canales limpios, prácticas editoriales sólidas y una cultura ciudadana capaz de distinguir entre información y rumor.

La confianza no se decreta ni se improvisa; se cultiva. Y en tiempos en que el escepticismo parece una defensa legítima, recuperar la credibilidad requiere un pacto renovado entre instituciones, medios y ciudadanía. La infoxicación es el síntoma de una época que perdió el orden, pero también es la oportunidad para replantear el valor de la información como bien público.

En un mar de datos, muchos de ellos deliberadamente inexactos, la verdad no compite por volumen, sino por claridad. Requerimos ordenar el caos informativo y devolver al usuario de los medios de comunicación una brújula para navegar, sin extraviarse. Y es justamente esa claridad, escasa, difícil, trabajosa, la que debemos volver a defender, para recuperar la confianza.


  • Gabriel Torres Espinoza
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