Mucho se ha discutido ya sobre la amenaza de los gobernadores de la Alianza Federalista de abandonar el pacto fiscal. Se ha argumentado, con razón, sobre la incapacidad que tendrían la mayoría de los gobernadores de ir por su cuenta, sobre todo porque no recaudan ni sus propios impuestos, navegando en absoluta dependencia de la Federación, sobre la cual recae en promedio el 92% de la recaudación. Se ha hablado también de la bravuconería, de una y otra parte, y del juego electoral. Por ello, me interesa hacer una lectura alternativa, estructural. Haría falta regresar la mirada al momento en que los gobernadores experimentaron esta nueva autonomía política (siguiendo con el libro de Rogelio Hernández: El centro dividido) derivada del pluralismo.
En octubre del 2002, la CONAGO había acordado intervenir en el Presupuesto de Egresos de la Federación para 2003 —a través del control que tenían sobre legisladores—, ya que un año antes, Hacienda había recortado las partidas presupuestales destinadas a los estados. El amago principal vino del exgobernador oaxaqueño, José Murat, quien no sólo urgía “un nuevo pacto federal”, “un gran acuerdo con los gobernadores”, sino que también amenazaba al Ejecutivo con que, de no aumentar los recursos, entonces ellos gobernarían el país desde las Cámaras y los estados. La respuesta de otros gobernadores iba por el mismo camino, como la del zacatecano Ricardo Monreal, aunque era más matizada, argumentando que no se trataba de un ultimátum, pero que sí exigían una respuesta inmediata. Al final, Vicente Fox cedió, reintegró los recortes previos, aumentó las partidas federales y, desde luego, el gran logro fue que los estados se quedaran con el 50% de los ingresos que se obtuvieran por excedentes petroleros, todo esto sin recaudar un peso.
Esta forma de actuar de los gobernadores ya se había ido gestando un año antes, cuando Fox los convocó para que presionaran a sus diputados y así aprobar su reforma fiscal. El rechazo fue total y la reunión sólo sirvió para que los gobernadores fueran conscientes de dos cosas: de su autonomía frente al presidente y de que el único tema que concitaría acuerdo entre ellos sería el presupuestal. Fuera de este tema, cualquier acuerdo se volvía imposible —de aquí también la irrelevancia de la CONAGO en los años siguientes—. Como muestra, en 2004, cuando Fox había accedido a desaparecer las representaciones y delegaciones federales, el ex jefe de gobierno López Obrador, quien normalmente enviaba un representante las reuniones, señaló que era un acto publicitario de Fox y lo convirtió en un motivo más de confrontación, lo que llevó a Fox a rectificar la decisión, de acuerdo con las declaraciones que Rogelio Hernández recogió del exgobernador tabasqueño Manuel Andrade.
Esta autonomía de los gobernadores y su capacidad de presión sobre los legisladores en ocasión de cada negociación presupuestal fue parte integrante del régimen político de la transición, que está en proceso de extinción desde 2018. Pese a que han querido superar la fragilidad de los acuerdos de CONAGO, el tema presupuestal sigue siendo el único que puede concertar alguna acción colectiva, si bien no existe ya suficiente control sobre los diputados ni una correlación de fuerzas que permita doblegar al gobierno para establecer recursos adicionales que no figuran en la ley. La rebelión de los gobernadores se constituye así, más bien, como el síntoma de un resabio: el de los gobernadores que fueron todopoderosos por encima de las reglas constitucionales.
Se trata de un alarido previo al cambio de correlación de fuerzas en las gubernaturas. Es la última oportunidad que los gobernadores ven para perpetuar el orden ventajoso de los últimos 20 años. Si no triunfan electoralmente, dicho arreglo se habrá terminado irremediablemente. Si la oposición pierde las gubernaturas, el cambio estructural echado a andar tendrá solo dos salidas posibles: que los gobiernos estatales desarrollen capacidades fiscales propias, o bien, promuevan ellos mismos un nuevo acuerdo centralista: que el centro recaude todo y reparta para todos. Parece que eso es lo que algunos buscan.