La libertad de un oligarca

Ciudad de México /

En medio de una pandemia, un oligarca, dueño de una de las grandes televisoras del país, ha ejercido su poder sin reglas ni responsabilidad pública. Han sido varios los episodios que muestran su poder y determinación por mostrar su libertad. Bajo el llamado a no tener miedo, se amparó para que dos de sus compañías no cerraran sus sucursales durante el confinamiento. También estableció la línea editorial de su noticiario estelar: el presentador estrella hizo un enérgico llamado a no hacerle caso a Hugo López-Gatell, motivo por el cual sólo recibió un apercibimiento público.

Recientemente, este oligarca hizo gala de su libertad al convocar a la fiesta anual de su empresa, precisamente durante una de las semanas de alerta por Covid. Comunicadores y presentadores sonrientes y entre abrazos se prestaron a los videos y selfies. En su mayoría, son personajes públicos que se han distinguido por arremeter contra la estrategia de salud, ya sea por la ambivalencia respecto al cubrebocas o por no implementar medidas restrictivas como en Europa. Resultaba claro que para ellos se trata de una incongruencia menor: el poder de este oligarca no tenía por qué ceñirse a las responsabilidades de la función pública, pues es sólo un ciudadano más.

Al día siguiente, salió un tweet de uno de los canales de la televisora, #Editorial, apuntando que hombres y mujeres libres decidieron asistir a la fiesta porque el miedo no los paraliza (ni las críticas en redes) acompañado del fragmento de un video donde un envalentonado conductor señalaba: “Todos ayer estuvimos en pleno ejercicio de nuestra libertad, esa que debe defenderse todos los días […] hay quien no creemos que una autoridad deba tutelar, tomar en sus manos el destino de nuestras vidas”.

Para algunas personas, este es un hecho al que no se le debería prestar mayor atención o amplificarla, principalmente por la calidad moral del oligarca y su desfachatez en redes. No estoy de acuerdo. En todo el mundo hay un debate sobre la libertad y la responsabilidad individual con relación al Estado. Ante las medidas de confinamiento estricto en Europa, principalmente, se ha enfatizado en algunos sectores la noción de libertad moderna, en donde se pide que el Estado se abstenga de imponer una norma de conducta, aunque se trata de un asunto de salud pública, llámese uso de cubrebocas, confinamiento o sana distancia.

Esta es la línea del oligarca en voz del conductor: que el Estado no tome en sus manos el destino de las personas, sino que, en defensa de la libertad individual, cada persona actúe como mejor le parezca. El oligarca ha ido más allá y lo politizó de la siguiente manera: “El mundo ya se dividió entre los que le tienen miedo a la muerte y los que queremos vivir”. Pero el asunto es al revés, el límite no es la individualidad moral –la conciencia propia– sino los derechos del otro.

La libertad de Ricardo Salinas Pliego, alejada de la solidaridad colectiva y el cuidado mutuo, implica no tanto elegir la posibilidad de contagiarse uno, sino de contagiar al otro. Ejercida desde el poder económico es además pavonearse, porque los ricos no necesitan a la salud pública ni padecen los problemas más acuciantes de la pandemia de la misma forma, pueden procurarse atención médica en casa, etcétera. Su valentía ante el virus vale, entonces, menos. En el fondo, se trata de la libertad de procurar la muerte del otro, del desconocido, alimentando la creciente dinámica de contagio y por eso se trata de una afrenta social, porque el primer acuerdo civilizatorio es ir por la vida respetando las vidas ajenas. Sin eso no hay vida común, no hay sociedad y no hay, por lo tanto, libertad, sino apenas estado de naturaleza hobbesiano, reinado del más fuerte, del más asesino.

  • Gauri Marín
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