Naufragio del sistema de partidos

Ciudad de México /

Quizá el único rumbo peor que la deriva sea el naufragio seguro, y parece que es ahí adonde se dirige nuestro sistema de partidos, independientemente de las coordenadas en el espectro político. Del lado del gobierno, las condiciones parecían óptimas, inmejorables, para impulsar un vuelco radical del sistema de partidos que diera estabilidad y duración a un nuevo acuerdo: su porcentaje de votos, la diversidad de sus electores, la legitimidad del presidente, apuntaban a la consolidación de un elemento dominante. En la oposición, los incentivos para el agrupamiento fueron muchos, pero derivaron en formaciones sin potencia como Sí por México. De tal manera que parece que el destino es una especie de limbo, al menos entre hoy y 2024.

Cuando se habla de la Cuarta Transformación se genera la impresión de estar frente a un proceso de largo alcance. Y esa fuerza y aparente concepción temporal daba pie a que Morena se perfilara como un partido hegemónico, que pudiera pensarse más allá de un sexenio y no sólo como el vehículo de llegada del presidente. Contrario a ello, la actuación de sus miembros denota una cierta urgencia y capacidad destructiva. Todos actúan como si el capital político de López Obrador se fuera a terminar mañana, como si mañana fuera la última oportunidad para conseguir una gubernatura, para irrumpir en un espacio antes prohibido. Aunque algunos tengan la concepción sincera de que se trata de algo de largo aliento, ha prevalecido una dinámica de eliminar al rival. Una pequeña parte de los grupos reclama la legitimidad de esa historia y de ese largo aliento, pretendiendo destruir a sus adversarios, que han respondido con igual lógica. A su vez, esa urgencia tiene que ver con que ninguno de los actores y grupos ha querido reflexionar la vida pública más allá de López Obrador y su gobierno. El futuro es, para ellos, este sexenio (el martes el presidente dirá el avance de los 100 puntos, casi cumplidos en su totalidad).

Y nada malo hay con los grupos, a pesar de que un coro permanece recordando que en Morena “están prohibidas las corrientes”. La política normalmente funciona mediante su conformación. Dentro de un mismo partido existen siempre grupos —con líderes visibles— que compiten por puestos clave. Lo que ha sorprendido en Morena es una creciente capacidad por sabotear, por destruirse, quizá derivada de la misma condición: son grupos con jefes transitorios, pero sin líderes ni proyectos de largo plazo, porque líder sólo hay uno. Reina por ahora una tensa calma y una apariencia de unidad, que hay también en todos los partidos.

La correlación de fuerzas político-electorales con que inició este gobierno está próxima a modificarse. Bajo una mirada nacional, 2021 significa una nueva conformación de la cámara de diputados y el cambio en quince gubernaturas (destaca que salen 4 gobernadores de la Alianza Federalista). Y al interior de Morena se posicionan grupos en puestos clave, con miras a 2024 (desde luego sucederán traiciones, alianzas dudosas, incorporaciones imprevistas, escisiones sorpresivas). Con todo, parece que no hay potencia para llegar a un sistema de partidos nuevo, sino sólo para seguir en el actual, averiado por todos los flancos y a la espera de una verdadera reorganización.

  • Gauri Marín
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