La otra bala mágica

Ciudad de México /

La investigación del asesinato del presidente John F. Kennedy reveló la existencia de lo que en los anales de la historia se conoce como “la bala mágica”. De acuerdo con el análisis realizado por la Comisión Warren, una de las balas que mataron a Kennedy le pegó en la espalda, atravesó su cuerpo, salió por el cuello y posteriormente le dio a John Connolly, el gobernador de Texas que iba sentado justo enfrente. Esa misma bala le rompió una costilla a Connolly, salió por su pecho, entró y salió por su muñeca derecha y terminó alojándose en el muslo izquierdo del gobernador texano. A partir de entonces, considerando la inusual trayectoria que parece haber seguido y el enorme daño provocado, ese proyectil pasó a ser conocido en la historia estadunidense como “la bala mágica”.

Al igual que aquella bala disparada en Dallas en noviembre de 1963, la que hirió en la oreja derecha al ex presidente Donald Trump durante un mitin en Pensilvania produjo otras víctimas y daños colaterales de consideración. El daño político más importante, sin duda, es que la bala pegó directo en el corazón de la candidatura de Joe Biden, actual presidente de Estados Unidos y precandidato del Partido Demócrata.

Desde antes del atentado, la candidatura de Biden ya estaba siendo fuertemente cuestionada por su mal desempeño en el debate de finales de junio frente a Trump. Las dudas sobre su estado de salud eran cada vez mayores y había crecido la preocupación por sus frecuentes episodios de confusión mental. A pesar de ello, Biden se mostraba renuente a abandonar la carrera presidencial.

La imagen de fortaleza y vigor de Trump que emergió del atentado no hizo sino ampliar el contraste entre ambos personajes. La icónica fotografía que mostró a un Trump con sangre en la oreja, con el puño levantado, rodeado de agentes del Servicio Secreto y con la bandera norteamericana de fondo resultaba demasiado poderosa para el imaginario del votante estadunidense. Por ello, para nadie quedó duda de que un Biden demasiado frágil sería incapaz de ganarle al Trump eufórico y con aura de invencibilidad que surgió del atentado. Era evidente que tarde o temprano Trump volvería a utilizar el tema de la estamina que le había resultado tan efectivo contra Hillary Clinton en la elección presidencial de 2016. Incluso si Biden ya no repetía los errores del debate, resultaba casi imposible que pudiera contrarrestar o competir con la imagen de un Trump vigorizado.

Las presiones sobre Biden se acentuaron inmediatamente después del atentado. Aunque en un principio seguía negándose a abandonar el proceso electoral, los miembros del establishment del Partido Demócrata (políticos y donantes) adoptaron la estrategia de hacer públicas sus preocupaciones por el estado de salud del presidente y comenzaron a filtrar a los medios que le habían expresado en privado sus inquietudes. La suerte de Biden estaba echada. No había forma de que pudiera continuar. Este domingo a mediodía se confirmó la renuncia de Biden a sus aspiraciones. La bala dirigida a Trump siguió una trayectoria inesperada y terminó hiriendo de muerte a la candidatura de Joe Biden.

  • Gerardo Esquivel
  • Economista.
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