La semana pasada Trump amenazó con imponer aranceles a todas las exportaciones de México y Canadá hacia Estados Unidos. La amenaza inmediatamente generó preocupación y múltiples reacciones en los tres países. Los mercados financieros mostraron una cierta volatilidad y en cuestión de minutos el peso mexicano se depreció en 2 por ciento.
La amenaza es típica del estilo Trump de gobernar. Es su forma de comenzar una negociación de la que eventualmente se declarará ganador. El script siempre es el mismo: Trump amenaza, las contrapartes responden intentando minimizar los costos; Trump busca obtener un compromiso de sus contrapartes, estas aceptan un primer acuerdo en el que conceden o negocian algo; Trump anuncia el acuerdo a sus seguidores y lo vende como una victoria y como evidencia de sus dotes negociadoras. Y así una y otra vez.
En realidad, es muy poco probable que Trump aplique los aranceles que ha anunciado. Los efectos económicos de aplicar estas medidas serían de tal envergadura que afectarían a la región de Norteamérica en su conjunto. El daño sería para todos los países y no sólo para Canadá y México. En el caso de Estados Unidos, los efectos negativos serían inmediatos. Los precios al consumidor aumentarían y la industria estadunidense perdería competitividad al tener que trabajar con insumos más caros.
Un ejercicio simple con un modelo de equilibrio general realizado por Kyle Meng, profesor de la Universidad de California, mostró que los precios de bienes de consumo final como azúcar, trigo, muebles, equipo de oficina, automóviles, computadoras y equipo electrónico aumentarían entre 2 y 5 pro ciento en Estados Unidos. Esto afectaría directamente al poder de compra y al bienestar de los consumidores estadunidenses. Otros productos intermedios podrían aumentar entre 2 y 10 por ciento, lo que a su vez afectaría a la competitividad de la industria estadunidense.
La Tax Foundation, un centro de análisis independiente que realiza estudios sobre el efecto de las políticas tributarias, recolectó y resumió las estimaciones de más de una docena de estudios sobre el efecto en el PIB de Estados Unidos de aplicar aranceles a sus importaciones. No sorprendentemente, el efecto es negativo y es aún mayor si esto diera lugar a respuestas similares (represalias) de parte de los países afectados.
Sin embargo, quizá el principal factor que podría detener a Trump es el hecho de que el principal ganador de una guerra comercial y arancelaria en Norteamérica sería China. La pérdida de competitividad que ocurriría en toda la región le permitiría a China ser aún más competitiva, por lo que podría incrementar su participación en el comercio mundial. Todo esto, evidentemente, sería como un disparo en el pie para las políticas y objetivos del propio Trump. Mucha gente piensa que nada de esto lo detendría, que su decisión responde a otra lógica. Yo no lo veo así. Trump no come lumbre. Por lo pronto, Trump ya habló o se reunió con los líderes de México y Canadá y ya anunció algunos acuerdos y compromisos. El proceso de negociación trumpiano está en marcha. La amenaza de los aranceles quizá pueda guardarse para una mejor ocasión.