La economía mexicana lleva más de cuatro décadas con un crecimiento mediocre. El Producto Interno Bruto de 1982 a la fecha ha crecido en poco menos de 2 por ciento por año. Al ajustar por el crecimiento poblacional, el PIB per cápita en ese mismo periodo ha crecido a un ritmo de solo 0.4 por ciento por año. En 41 años, el ingreso promedio de los mexicanos ha aumentado en solo 20 por ciento. En Chile, por ejemplo, su ingreso promedio más que se triplicó en ese mismo lapso. El ingreso promedio de los chilenos es hoy 32 por ciento más alto que el de los mexicanos (usando cifras ajustadas por la paridad de compra, lo que permite hacer una comparación más apropiada). Al ritmo que ha crecido el PIB per cápita en México desde 1982 nos tomaría 65 años llegar al PIB per cápita que tiene Chile en la actualidad. Estas cifras revelan la magnitud del problema del bajo crecimiento que aqueja a la economía mexicana desde hace décadas.
Los resultados recientes, desafortunadamente, no son mejores. El presidente López Obrador anunció en su sexto y último Informe de gobierno que la economía durante su gestión habría crecido al uno por ciento por año (en realidad será un poco menos que eso). En términos per cápita el resultado será de un crecimiento prácticamente nulo. Por supuesto, no podemos olvidar que la economía mexicana fue severamente afectada en estos años por la crisis debida a la pandemia del Covid-19. En cualquier caso, sin embargo, este desempeño será el más bajo desde la administración del presidente De la Madrid.
En este contexto de bajo crecimiento, resultan verdaderamente sorprendentes los resultados favorables obtenidos en materia de reducción de la pobreza en esta administración (5 millones de pobres menos entre 2018 y 2022, según el Coneval). Antes teníamos un crecimiento excluyente que casi no beneficiaba a la población en la parte baja de la distribución, ahora tuvimos menor crecimiento, pero este fue inclusivo y redistributivo. Eso explicaría la reducción de la pobreza a pesar de que el ingreso per cápita no haya aumentado. Esto es sin duda un avance, pero la redistribución sin crecimiento no es algo que pueda sostenerse en el mediano y largo plazo. Lo mejor sería transitar hacia una combinación de crecimiento con redistribución.
En estos años aprendimos qué es lo que se puede hacer bien para mejorar la forma en la que se distribuyen los beneficios del crecimiento (política salarial, desarrollo regional y programas sociales). Sin embargo, no es del todo evidente que hayamos aprendido qué es lo que hay que hacer para promover un mayor crecimiento económico. Una mayor inversión (pública y privada) es posiblemente la clave más importante para detonar el crecimiento en cualquier economía. El reto para los próximos años será hacer que esta variable aumente en forma significativa. Para una mayor y mejor inversión pública requerimos más recursos públicos y buenos proyectos de inversión. La inversión privada requiere un entorno de negocios propicio, con estabilidad, certidumbre y claridad en las reglas. Se dice fácil, pero ya en más de una ocasión hemos errado el camino. Ojalá no tropecemos otra vez con la
misma piedra.