Pemex: lo que un día fue no será

Ciudad de México /

Sobre Pemex se han dicho muchas cosas. Algunos insisten en que la empresa está quebrada, que representa una carga para el Estado, que estaríamos mejor si fuera una empresa privada. Para otros, Pemex es un símbolo nacional, la imagen misma de nuestra soberanía, la palanca del desarrollo nacional. Lo cierto es que Pemex casi siempre está en el centro del debate nacional. Las posturas con respecto a su desempeño durante la administración saliente están igualmente polarizadas. Para unos ha sido una fuente continua de pérdidas, una empresa que solo sobrevivió gracias al subsidio de miles de millones de dólares provenientes del erario. Para otros es todo lo contrario: gracias a la acción del gobierno se le rescató y fortaleció con una mayor inyección de recursos.

De entrada, hay que entender que una parte del debate es meramente ideológica. Es decir, hay quienes están convencidos de que la empresa privada siempre será mejor que la pública. Para ellos la discusión está saldada desde un inicio, no hay nada que discutir: Pemex es una empresa ineficiente que no puede competir con las grandes petroleras privadas. Conceptos como la soberanía energética o la rectoría del Estado les tienen sin cuidado. Para muchos otros, incluyéndome, estos no son conceptos vacíos, ya que definen una postura en la cual la propiedad y conducción del Estado de un sector considerado estratégico se vuelve crucial en la implementación de un modelo de desarrollo nacional.

Más allá de ese componente ideológico del debate, hay aspectos operativos y financieros que es fundamental atender. No se puede negar que Pemex es una empresa emproblemada. Ya no somos, ni seremos, el país petrolero que algún día fuimos. Hoy Pemex extrae apenas un millón y medio de barriles diarios de petróleo (1.7 millones si se incluyen otros condensados), es decir, menos de la mitad de lo que llegó a producir y prácticamente lo mismo que producíamos al inicio del boom petrolero.

El problema no es nuevo, se fue gestando al paso de los años y se manifestó con mayor crudeza en las administraciones de Calderón y Peña Nieto. Entre 2006 y 2018 la producción de petróleo se contrajo en más de 45 por ciento al pasar de 3.3 a 1.8 millones de barriles diarios. La escasa inversión y una política tributaria extractiva llevaron a la empresa al punto de la asfixia financiera. Por eso no es casual que en esos años se adquirió el grueso de la deuda de Pemex. Tan solo en el sexenio de Peña Nieto su deuda aumentó en cerca de 50 mil millones de dólares, la mitad de toda la deuda actual.

En el gobierno de AMLO se desaceleró la caída en la producción petrolera (pero no se detuvo) y se redujo el tamaño de la deuda, al pasar de 106 mil a solo 100 mil millones de dólares. Esto confirma que los problemas de Pemex no provienen de esa administración, pero sus problemas fundamentales siguen allí. Quizá pronto necesitemos importar petróleo para poder procesarlo en nuestras refinerías. En ausencia de nuevos descubrimientos (para lo que hará falta inversión y tecnología), Pemex pronto dejará de ser una fuente de ingresos públicos netos y ya no será la palanca del desarrollo nacional. Su contribución será otra. Es mejor aceptarlo y actuar en consecuencia. Lo que un día fue, no será.


  • Gerardo Esquivel
  • Economista.
Más opiniones
MÁS DEL AUTOR

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.