El verano ha estado muy candente para el partido gobernante. Muchos escándalos por omisiones, excesos y frivolidades. Cuando no es uno es otro. Cunden la indisciplina y la irresponsabilidad. Casos ha habido varios, de toda índole, unos más mediáticos que otros, pero algunos más importantes que los demás.
Está el caso, por ejemplo, del presidente de la Junta de Coordinación Política del Senado, antes gobernador, quien nombró secretario de Seguridad de su entidad a alguien que es hoy prófugo de la justicia y que está acusado de pertenecer y encabezar a un grupo del crimen organizado. No sabía nada, no sospechó nunca, declaró. Puede ser. Mientras tanto, la sospecha ahí está. También queda la duda de si alguien en estas circunstancias puede seguir fungiendo como líder del partido en el Senado y como interlocutor válido frente a las otras fracciones parlamentarias.
Junto a él está también su sustituto, el gobernador interino, hoy cómodamente despachando como director de una entidad paraestatal (nombrado directamente por la Presidenta), quien ratificó en su cargo al hoy prófugo a pesar de las acusaciones ya existentes y que, suponemos, tampoco supo ni sospechó nada.
Por otro lado, está el caso de un funcionario de muy alto nivel en Aduanas, fanático de los Rolex y de las camionetas sin placas, representante legal de empresas de dudosa reputación, enriquecido en forma súbita (como han documentado diversos medios) y que allí sigue, muy campante y orondo, ocupando su puesto como si nada, esperando que la flamante Secretaría Anticorrupción diga esta boca es mía.
En otro nivel tenemos al actual presidente de la Cámara de Diputados y a su esposa, también diputada, ambos envueltos en un escándalo de lujos, vanidades y frivolidades. Sus excesos, exhibidos impúdicamente en las redes sociales, se han vuelto ferozmente en su contra. El tema ya ha trascendido lo relativo al carácter frívolo de uno u otra, ahora la duda recae en el origen de los recursos y en su legalidad. En un intento de defensa, el diputado reveló haber aceptado prebendas que están prohibidas por la ley. A confesión de parte, bla-bla-bla.
Junto a estos casos relevantes hay otros miniescándalos ocurriendo paralelamente: un viajecito a Madrid o Portugal por aquí, una escapada a Ámsterdam o a Japón por allá, tarifas con desayuno incluido para unos, desayunos de 100 euros para otros. Todo muy extenuante, caray. Y así, mientras todo esto ocurre, la Presidenta imparte lecciones de moral todas las mañanas. Pero, como dijera el cacique potosino Gonzalo N. Santos: “la moral es un árbol que da moras o vale para una chingada”. Los regaños y recomendaciones les entran por un oído y les salen por el otro.
Por ello, mientras no pase nada, mientras nadie pida licencia, mientras nadie sea cesado, o mientras no haya relevos, los actores del escándalo de hoy solo esperarán con ansia al escándalo de mañana para que su caso pase rápidamente al olvido o al anecdotario nacional. Y ahí la llevamos, en el país en donde pasa de todo, pero en donde al mismo tiempo no pasa nada.