Desde que tomó el poder, al presidente Evo Morales lo miden con otros estándares de los que se mide a los estadistas, y es entre otras cosas porque se trata de un indígena que se atrevió a mandar, a gobernar un país, y lo hizo con los mejores resultados. Si fuera europeo o estadunidense, Morales sería respetado como otros líderes que gestionaron aceptablemente y de manera democrática sus países, respaldados por el pueblo por muchos años. Lo hicieron, en diferentes formas de gobierno, Roosevelt en Estados Unidos, Mitterrand en Francia, González en España, o Angela Merkel en Alemania, diferentes todos ideológicamente, con mandatos largos refrendados por los ciudadanos. A ellos les dicen estadistas. A Morales —que logró mayor institucionalización del Estado, crecimiento económico, disminución de la desigualdad, incremento de la inversión y del consumo según todas las fuentes disponibles, en resumen, al mejor presidente de la historia de Bolivia— le llaman tirano o dictador. Aun en momentos complicados económicamente para el mundo como este, Bolivia crece y sigue disminuyendo la desigualdad; Bolivia es otra, mucho más próspera, de lo que era. Y en gran medida ha sido el cambio de expectativas de la nueva clase media lo que rearticuló y disminuyó la potencia del bloque transformador. Comenzaron a sentirse, a quererse, similares a una oligarquía que nunca ha dejado de verlos con desdén.
Morales tuvo un gran único error: algunos dirán que llamar a referendo sobre la posibilidad de continuar; otros dirán que perder ese referendo; otros dirán que cambiar de opinión y presentarse a la elección después de litigar la posibilidad en el Poder Judicial. Pero cada mandato se lo ganó en elecciones con el respaldo popular, o sea que siempre ha sido un demócrata. El problema de fondo, sin embargo, no es sobre la decisión de Morales. Somos injustos si fundamos el problema de la sucesión en el poder durante un cambio de régimen solo en la decisión del líder. Es demandarle acción que corresponde a todo el bloque social que representa, y se les demanda porque todo mundo prefiere depositar la responsabilidad de decidir en otro sitio. Que el presidente no pueda formar potentes cuadros para gobernar con la misma efectividad y representatividad no es un problema del presidente —algo así me dijo Rafael Correa cuando le pregunté sobre el asunto, en un programa que se transmite hoy a las 8:30 de la noche por el Once.
Se trata del dirigente indígena más importante de la historia, pero eso no importa a las oligarquías y a los sectores de las clases medias, las policías y los militares que utilizan. La legitimidad del golpe es una auditoría de irregularidades de la OEA que podría darnos risa por el número de actas irregulares a quienes vivimos el —ese sí— fraude de 2006. A diferencia de aquí, el presidente sí quiso reponer el proceso; a diferencia de aquí, el líder opositor fue demócrata y pacifista; a diferencia de la derecha golpista, el presidente Morales, gigante, decidió retirarse ante la injusticia y evitar una guerra civil en Bolivia. Decidió no defenderse del golpe. Mientras tanto, nuestra derecha festina que la paz y el orden democrático se rompan con la fuerza.
@gibranrr