Sheinbaum, sobre mentiras y cadáveres

Ciudad de México /

El peor legado que dejará el obradorismo a mi generación es el ejemplo de enrevesamiento moral. Hoy, si le meten dos tiros al automóvil de Ciro Gómez Leyva, la víctima es el Presidente y el proceso de dizque transformación. “Autoatentado”, exclamarán las redes automatizadas de la presidencia. “Le beneficia a Ciro”, “le perjudica al Presidente”, dirá López Obrador. Si en la grilla sucesoria de la Corte se devela una carrera judicial fundada en la usurpación de una profesión —un delito—, la afectada será la “pobre abogada Yasmín”, tan transformadora ella, y los paleros dirán que hubo una “alteración digital” de la tesis en cuestión, o que el plagio fue, en realidad, obra de quien presentó primero la tesis (y para esto contarán incluso con el aval de la Fiscalía más rápida del mundo, la encabezada por Ernestina Godoy, aunque luego se desdiga). Si en el choque de dos trenes pierde la vida una persona, varias de ellas ven rotos sus cuerpos, y salen heridas sesenta, las redes digitales al servicio de la presidencia acusarán sabotaje, los gobernadores se solidarizarán con la precandidata, señalarán al sindicato del Metro e inaugurarán cualquier artilugio retórico que desplace la responsabilidad al pasado para rehuir el principal valor del gobierno: la responsabilidad política. Sin respeto por las muertes ni por los cadáveres, haciendo de cuenta que la política electoral lo es todo, que se juegan en cada acto la utopía, se eludirá el hecho irrefutable de que, de 5 accidentes mayores en 54 años en el Metro, 3 han tenido lugar en la administración de Sheinbaum.

No es difícil establecer la causa de la tragedia, ni hace falta contratar a una empresa como DNV: el Metro acusa los costos de la austeridad a secas, la típica austeridad del neoliberalismo. En esta administración se ha reducido el presupuesto para el Metro y, principalmente, para mantenimiento, porque el mantenimiento no da relumbrón. El dinero hace falta para otras cosas: cablebuses, trolebuses elevados, renovaciones de líneas, cosas que puedan inaugurarse, porque inaugurar sirve mucho para hacer campaña electoral –la actividad favorita de Sheinbaum, que eso hacía en Morelia, dando lecciones de su supuesto buen gobierno, cuando la tragedia acaeció—, en tanto que el mantenimiento puede esperar. Los diarios registran que el dirigente del sindicato explicó a los diputados de la Ciudad que hacían falta más de tres mil millones para el mantenimiento urgente del Metro. Los voceros del gobierno, por lo bajo, señalaron al sindicato de no buscar el bien del sistema, sino solo sus negocios. La estrategia que se le ocurrió a algún genio no fue hacer política sindical, sino ahorcar el presupuesto de mantenimiento. Se suponía que “austeridad republicana” implicaba otra cosa: cortar gastos arriba para hacerlos abajo –y de ahí la necesidad del apellido—. El actual gobierno de Ciudad de México, al pie de la letra del manual neoliberal, ha decidido ahorrar a como dé lugar y culpar del mal funcionamiento del sistema al sindicato. Claudia Sheinbaum enseña hoy a una generación de aspirantes a políticos que, desde el deshonor, hay que doblar siempre la apuesta; que hay que estar dispuesto a caminar sobre cadáveres y mentiras, mientras se sonríe, se voltea a ambos lados, se saluda, y se posa para la selfi, todo, más allá de las sonrisas impostadas, sin hacer mayores gestos.

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  • Gibrán Ramírez Reyes
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