Enrique Alfaro se irá de esta primera etapa de su vida política como llegó: con un estruendo. Las iniciativas presentadas el martes por el gobernador de Jalisco tienen varias implicaciones, la primera: es momento de discutir qué se hace con nuestros impuestos.
El secretario de Hacienda Federal explicó ayer en la Cámara de Diputados de dónde saldrán las cuentas alegres del presupuesto 2025. Insistió en que el crecimiento del dos a tres por ciento es factible a partir de la inversión y el consumo actual en el país, sin considerar que ambas se detendrán ante los embates de Trump y un entorno global frágil.
Ello afectará el cálculo y llevará a contratar deuda para poder subsanar los programas sociales que, en lugar de disminuir ante el supuesto embate a la pobreza, han aumentado. Contrasentido a una política social que se supone tiene éxito, el régimen actual ha preferido quitarse la máscara y apostar a dar mayor dinero a clases necesitadas que en demostrar que la fórmula se agiliza con inversión privada.
El tener más becas y programas sociales por encima de los requerimientos básicos del Estado -seguridad, salud y educación- ya pasan factura a este sexenio. Apenas ayer, el cálculo de muertes violentas en el país superó los 4 mil muertos, por encima del promedio que arrastraba -ya con maquillaje- López Obrador.
La solución de eliminar organismos autónomos no la creen ya ni las cuentas falsas que maneja la llamada 4T. Los números no cuadran y llegará el momento donde se gravará más a las personas que hoy ya están cautivas por el SAT para sostener el modelo de gobierno actual.
Un total despropósito.
Y así llegamos a Jalisco. Alfaro sabe desde que inició su gobierno que el sacar al estado del pacto fiscal no es viable, pero la reflexión sí: la diferenciación de recursos otorgados a gobiernos de Morena por encima de los opositores es patente. La Ciudad de México recibe, en promedio, un tostón por cada peso que aporta, mientras que a Jalisco se le regresan 20 centavos menos en promedio.
Nadie debería pelearse con ayudar a las regiones con menos capacidad, pero sí se vale el pedir explicaciones de cómo dichos sitios continúan con un retraso similar al de hace una década mientras se descuidan las obligaciones básicas de cualquier gobierno.
Cierto, al gobierno de Alfaro le queda un par de semanas y no cuenta con un apoyo popular amplio al momento, a lo que hay que sumar las plumas y comunicadores que siguen en negociación de a quien le dan su preferencia desde el cinismo de la negociación de conciencia, pero ello no impide ver que el plan va más allá de 15 días y el gobierno de Pablo Lemus.
Claudia Sheinbaum tendrá que sentarse con el nuevo gobernador de Jalisco y ver qué negocia y cuáles son las vertientes a ceder de ambos lados, pero el futuro de Alfaro está ya ligado a la presión que habrá a las clases medias para poder subsanar el boquete financiero a mitad de sexenio.
Para 2027, Alfaro ya debería de haber regresado en un papel que, en esa época, tendrá relevancia: el fútbol. La segunda etapa de la vida política de Alfaro estará ligada a un disgusto económico y deportivo.
El primero pueden maquillarlo -y ya no con la efectividad de antes-, el segundo no.
Así que la iniciativa, tal vez, se lanzó en el mejor momento posible para el futuro ex gobernador y director técnico.