Aquí la historia sería relativamente fácil. Sólo debería de enumerar a aquellos que el presidente nombra mañana tras mañana en su conferencia de prensa y el trámite estaría cumplido.
No es así, lo sencillo no es la parte fundamental de este sexenio lleno de recovecos y dobles mensajes para el futuro.
Los verdaderos perdedores están en las cercanías de Palacio Nacional, comenzando por el corifeo de sicofantes que se hacen llamar prensa rebelde o militante. Personajes como Pozos, Nancy Flores o Hans Salazar, quienes apostaron prestigio y futuro a un espectáculo sexenal de enorme difusión pero de poco decoro para ellos. Comparsas de un show donde nunca serían los estelares, ellos se habrán conformado con reflector y dinero, pero ambos se acaban rápido. Sin prestigio que dilapidar, el futuro es poco promisorio si no son rescatados por el organillero mayor.
En la misma banca se encuentran columnistas, comentócratas y periodistas de fuste y fuste que esperaban desde lustros atrás la llegada de su gallo. Vaya que les fue bien en estos seis años, obtuvieron contratos y acomodaron familiares en la estructura de gobierno, pero acabaron con la credibilidad que tenían y hoy es patente la forma en que arrastran su trayectoria hasta convertirse en la mugre que se encuentra tras el bajo alfombra a partir de su lisonja. Sin embargo, ellos creen que engañan a todos en pleno Siglo XXI. Todavía creen que pueden salir con su domingo siete.
Perdieron los miembros del gabinete que creían que el proceso de selección de candidatos iba a ser legítimo, legal, por las buenas. Hoy por hoy, queda claro que nunca quisieron darle la oportunidad a cuadros como Monreal o Ebrard para ser el candidato de La Grande por razones de lógica: ellos no pavimentarían el camino al Nepotismo del Pueblo Bueno. Constructores de carreras y grupos, ninguno de los dos cedería su turno para nombrar sucesor a una selección dinástica.
Perdieron los colectivos de la sociedad civil que esperaban un cambio en la política militarista. Ilusos, lucharon sexenio tras sexenio contra la presencia del ejército en la seguridad pública. Hoy, la Sedena está hasta en la sopa... bueno, casi. Sin ni siquiera una llamada de atención de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, perdida desde el inicio del sexenio.
Perdidos están los derechohabientes del país, con un sistema de salud rebasado, ideologizado, obsoleto, lento, poco eficiente y sofocado por la falta de presupuesto. Cada semana, el presidente y sus amigos hablaban de los avances de IMSS Bienestar, avances que aún están lejanos de las necesidades nacionales.
Perdió el ciudadano, los espacios de conversación y debate o se han suprimido o ha tomado el control la cautela si no es que la claudicación. Los espacios ahora permiten que personajes ridículos y advenedizos repliquen las ideas de responsabilidades pasadas para evitar de las hoy ya evidentes fallas en el modelo.
Perdió la sociedad que ha visto la certidumbre del futuro convertida en un sobre otorgado a partir de la decisión más que de la convicción del político demagogo. Es evidente que la estrategia de propaganda ha resultado eficiente de la mano en la entrega de programas sociales, pero el objetivo final no es la mejora ciudadana, sino el control electoral.
Sí, ha perdido la Historia y la oportunidad. Una y otras vez hemos visto en el país estos episodios de narcisismo grandilocuente que se estrellan ante la realidad. Nunca salimos bien librados de ellos.
Para allá vamos. Una vez más.
La próxima semana, el diccionario del sexenio.