Estamos a dos semanas para el final de la primera etapa del obradorato. Creo que, en este momento, es claro que el próximo sexenio será una extensión ideológica si no algo más profundo de lo que hemos vivido en estos seis años desde el triunfo de López Obrador en aquel julio del 2018. Claudia Sheinbaum ha renunciado hasta el momento a marcar sello y diferencia de lo que AMLO ha construido, lo que ha ocasionado que el vacío de poder se haya rellenado por el presidente saliente que, es notorio, confía en ella pero mucho más en él mismo. Por eso, casi la mitad de los puestos de gobierno de lo que veremos desde el primero de octubre han recaído en personajes de la total confianza de López Obrador, incluidas las correas del poder político, económico, social y electoral.
Esta semana, el obradorato se quitó la careta de puritanismo y decidió actuar como lo que era hace 50 años, un priismo que no creía en la pluralidad sino en los acuerdos que entendiera la clase política en pleno: no hay vida fuera del partidazo. Los visos modernizadores de Reyes Heroles con la reforma de mediados de los 70 van en sentido contrario en el ejercicio real de la política mexicana. La oposición ha retornado a un papel secundario, de oropel, más para cubrir la cuota de maquillaje democrático que en una función de contrapeso real hacia el diseño del régimen actual.
Pero, siendo honestos, los excesos y soberbia desmedida que vimos en el Senado -y, en menor medida, también en la cámara baja- no son nuevos. Durante seis años, el presidente diseñó el discurso y el tono de confrontación que nos tiene hoy en el desbalance político imperante.
López Obrador lo entendió no en el 2018 sino muchos años atrás. Primero, cuando debió gobernar a través de bandos en el Distrito Federal ante el descontrol que tenía de la Asamblea Legislativa. AMLO utilizó dos caminos para comenzar a comentar la diferencia que exponenció años después: una estrategia de comunicación simple en el lenguaje pero compleja en la estructura, donde dichos y acciones muy sencillas lograban seducir a una prensa ávida de contenido político diferente y que Fox no otorgaba a partir de su transformación de candidato a presidente.
López Obrador entendió que el político de cajita no funcionaba en un nuevo paradigma mediático. Las mañaneras eran el mejor vehículo para contrastar con la rigidez panista que rodeó a Fox y terminó hundiendo su presencia en medios. AMLO capitalizó cada uno de los errores políticos y de comunicación del panista no sólo con sus conferencias, sino también con sus apariciones en medios tradicionales. Entendió que si Fox tenía de su lado a Ferriz y el público conservador, él debía apelar a Gutiérrez Vivó y la percepción de cercanía a la ciudadanía. A la mitad, los grandes capitales y la masividad de la televisión.
El desafuero descolocó a AMLO. Si bien lo catapultó como el gran mártir político a partir de una verdad a medias (el delito era expropiar un predio para construir un camino a un hospital, pero obviaron decir que era un hospital privado, tal vez el más caro del país) se encontró que las reglas del juego no le favorecían. Los poderes fácticos no jugarían con él no por sus posiciones ideológicas, sino por sus compañeros de viaje y tono.
Perdió y peregrinó durante seis años. Volvió a perder pese a realizar una gira interminable por municipios y recordar los errores del calderonato en cuestiones de seguridad y violencia. Habrá quienes deban de analizar de manera más profunda las alianzas que tuvo su campaña entre 2006 y 2012 con comentócratas, moneros, reporteros y conductores que tergiversaron realidades en búsqueda del triunfo de su candidato.
Con las lecciones aprendidas, AMLO jugó en 2018 y ganó, no sólo por su tesón, sino por el hartazgo a periodos de corrupción y latrocinio innegables.
Estudioso no sólo de la historia y del comportamiento social, sino también de los fenómenos mediáticos, López Obrador logró crear la más eficiente maquinaria de propaganda de los últimos 50 años. Conocedor que su personaje era reconocido, popular y entendible por las mayorías, el presidente explotó su presencia en medios hasta la náusea, pero creó las líneas de comunicación basadas en aquel experimento de la jefatura de gobierno capitalina con toques distintos y tóxicos. En la Ciudad, el presidente lograba seducir a la prensa real, en la presidencia decidió evitar esos caminos -donde tenía que negociar con los barones de los medios- y concibió a su propia prensa. Personajes emanados de los medios tradicionales se prestaron a la farsa junto con malos ciudadanos que fueron contratados para actuar en el papel de reporteros e investigadores, gacetilleros que replicaban las líneas de comunicación dictadas desde la vocería de presidencia -trabajo impecable de Jesús Ramírez, si se puede considerar como impecable la mentira constante- y que, a través de portales digitales y granjas eficientes trabajadas por Ramírez y colaboradores, multiplicaban la frase, el chiste, el ataque del día.
Cierto, el obradorato logró crear la percepción de mejora económica que no hubiera sido posible si no existiera un síntoma de aumento en la calidad de vida. No obstante, las ayudas económicas y la subida del salario mínimo han logrado sacar a millones de la pobreza en papel, pero no en el día a día. No están como en el 2018 pero tampoco en los niveles de avance que presume la propaganda.
Pero eso, la propaganda, funciona de manera armónica con el desmantelamiento de la oposición. Inservible como existe hoy en día, con los personajes que se tildan como líderes de la misma, los opositores son parte fundamental del éxito del obradorato. Sus acciones -erráticas, falsas, convenencieras- son gasolina para la pira de triunfo del régimen actual.
Y sí, en medio de esto, hay quienes han ganado lo que todos desean ganar más allá del poder: dinero. No se erradicó el nepotismo, los amiguismos o los conflictos de interés. De hecho, el nuevo gabinete está lleno de premios a inútiles que sólo tienen como mérito la lisonja o el uso adecuado de redes para el ataque de críticos y opositores. Inconfesable son los casos de negociaciones en restaurantes con allegados al presidente, secreto a voces sus negocios e injerencia en el entretenimiento o la gastronomía.
López Obrador deja decenas de ganadores a su retiro. Él, por supuesto, como el triunfador total. Por desgracia, en la lista no se encuentran los mexicanos que viven el azote constante de la inseguridad -más de 70 muertos al día dejará este sexenio, sin considerar el aumento en desapariciones-, la falta de servicios de salud adecuados -Fuera de la broma, el suplicio para encontrar medicamentos y atención médica no solo prevalece, sino que se agravó- y un plan educativo fallido -nunca consideraron las escuelas multimodal y los maestros prefieren enseñar a la antigua sin reportarlo-.
Hay avances, pero múltiples yerros también. Yerros que no verán los propagandistas en todos los niveles que están hoy en espera que les renueven el contrato, el favor o la deferencia.
La próxima entrega hablaremos de los grandes perdedores. También los hay dentro del obradorato.