Claudia Sheinbaum tuvo mejores reflejos que López Obrador, entendió que la votación del martes en los Estados Unidos daba un espaldarazo brutal a Donald Trump, incluidos los mexicanos con doble nacionalidad que viven ahí. Hubo condados en Texas con población 99 por ciento mexico-americana que votaron tres de cada cuatro por Trump, un cambio radical en las preferencias y respaldo al empresario convertido en pop star convertido en político.
La razón es sencilla: Trump -como en su momento lo hizo AMLO en México- comprendió los puntos débiles de los demócratas y, ayudado por una eficiente maquinaria de propaganda, le dio la vuelta a un lenguaje lejano, causas complicadas para el día a día y un alejamiento de la base por parte de los demócratas.
Para el habitante de Wyoming o de Iowa como para el de Texas, la problemática de las infancias trans o el derecho de estudiantes a que les paguen sus deudas escolares son muy ajenas, desconectadas del aumento en los precios o la subida a los impuestos para financiar a Zelensky. Trump convirtió su discurso en la solución al dispendio y encontró en México -una vez más- en el enemigo y el ingrediente principal de la problemática.
Es México quien deja pasar a los migrantes -que van desde África hasta Venezuela a territorio norteamericano- sin los controles que habían acordado con Trump en años anteriores, es México quien se niega a que entre el maíz transgénico pero, al mismo tiempo, engaña a los Estados Unidos con su producción de acero, es México quien se alía con China dentro de una guerra comercial con los gringos, es México quien niega que haya producción de fentanilo en el país, es México quien entorpece las operaciones de agencias como la DEA dentro de su territorio, es México, quien protegió durante décadas a Ismael Zambada…hasta que los chapitos lo pusieron a disposición de las autoridades norteamericanas.
Trump tendrá al oído a dos personas que tienen distintas percepciones de nuestro país pero ninguna con buen resultado. Por un lado, al Vicepresidente Vance, quien tiene -como Miller, el sabueso persecutorio de la primera administración trumpiana- una animadversión por los mexicanos ante la permisividad gubernamental hacia la corrupción y el narcotráfico. Del otro lado, Elon Musk, quien le podrá platicar de cómo la grilla y la frivolidad fueron matando su intención de montar una Gigafactory en Nuevo León. En ambos casos, las palabras positivas para el obradorato 2.0 serán nulas.
Del otro lado Marcelo Ebrard intentará ser el negociador estrella, sabe que su última oportunidad -bueno, es un decir- de ser candidato se encuentra en las turbulentas aguas xenófobas de un gobierno de Trump, quien volverá a insistir en lo fácil que fue doblarlo en su primer encuentro de 2019.
Por eso, Sheinbaum -sonriente y con pose de colegiala- habló con el virtual ganador de la presidencia norteamericana y hasta aceptó ir a su toma de posesión el 20 de enero, normalizando así la llegada de un personaje peculiar, misógino, conservador, pragmático, embustero pero propagandísticamente efectivo y popular dentro de la política norteamericana.
Muy parecido a su mentor.