hace unos años murió un buen amigo y acudí a la misa de cuerpo presente y ahí en su homilía el sacerdote dijo algo que me dejó marcado: “Nacemos para vivir y vivimos para morir”; esta sencilla frase abrió mi mente para aceptar que estamos de paso por este camino terrenal y que todos, sin excepción, algún día brincaremos al destino final que nuestra FE nos dicte.
En México tenemos un gran privilegio: recordamos a nuestros muertos con una celebración de alegría y a la muerte no se le esconde, al contrario, la mostramos contentos creyendo que ese ser querido está en mejores horizontes reunido con otros como él.
Llegar a una etapa final de vida es variada; la mortalidad se da por enfermedades crónico-degenerativas como diabetes, infartos, insuficiencias renales, niveles varios no controlados o neoplasias malignas, accidentes y ahora por el covid y otras causas naturales, pero la mas injusta muerte que podemos tener es el asesinato y/o la desaparición forzada.
Cuando un inocente muere violentamente ya no hay festejo, ya no hay fiesta, solo hay tristeza y frustración y, peor aún: cuando alguien se supone murió, pero no es encontrado por sus familiares, queda el recuerdo más atroz, de tristeza infinita, de incertidumbre, de dudar si aun vive, si está abandonado en un pozo, en un llano o entre rocas o basura.
De acuerdo con el Registro Nacional de Personas Desaparecidas del 1 de diciembre de 2018 al 20 de marzo de 2021 se cuentan en México con 19 mil 204 personas no localizadas. Se calcula que en 15 años 80 mil mexicanos nunca han sido encontrados y, aunque muchos aparecen sin vida, su falta de identidad los lleva a parar a las fosas comunes.
Jalisco, Tamaulipas, Guanajuato y la Cd. de México reportaron del 2018 al 2020 38 mil 682 desapariciones, concentrando el 76.6% del total de denuncias, más las de 2021 y los 14 mil 424 homicidios dolosos de los primeros cinco meses del año.
Los festejos a nuestros muertos dejémoslos para quienes se fueron por causas comunes pero, a esos miles de desparecidos y asesinados, solo honrémoslos con el sentimiento de una protesta callada o abierta de que la violencia no se cura con abrazos como tanto se pregona; nadie debe nacer para acabar así. _