Hasta el momento, la revelación de la casa gris, de lo que está detrás de ella (opacidad de los ingresos del hijo del Presidente; indicios de conflictos de interés y/o corrupción en su círculo cercano) y de la fallida estrategia de contención de daños han dejado varias lecciones importantes que es necesario considerar para visualizar escenarios.
Primero, la exhibición de incongruencia entre el discurso de AMLO y la vida de su hijo le pegó en lo más sensible: su pretendida superioridad moral, la que asegura que lo hace diferente de sus antecesores; ello propició que su actuación fuese visceral y errática durante más de dos semanas. Inédito pues también perdió el control de la agenda. El daño a su imagen se extendió a escala internacional y se profundizó entre sus opositores, pero le tiene sin cuidado mientras no se reduzca drásticamente su nivel de aprobación y sus bases le sigan siendo leales. Ya lo dirán las encuestas, pero es probable que el impacto sea menor al que tuvo con Peña Nieto la casa blanca.
Segundo, no habría que hacer escenarios electorales a partir de un desplome de su popularidad. Podrá haber dudas y preocupación en los círculos gubernamentales y morenistas por los graves desatinos de su jefe, pero piensen lo que piensen, ya dijeron que lo apoyan “incondicionalmente” (léase, “sin importar cuantas estupideces cometa”) pues es la encarnación del pueblo, la patria y la nación (Luis XV de Francia se quedó chiquito, pues nomás era el Estado). Trump, a pesar de su desastroso gobierno, sacó en 2020 siete millones de votos más que en 2016. El populismo parece ser la prueba de gobiernos desastrosos. Hay que asumirlo así y si se cae su popularidad, mejor, pero la apuesta debe ser ganar en 2024 multiplicando los votos opositores con organización y movilización de la sociedad, una excelente propuesta y un candidato bueno y atractivo, legitimado en una elección primaria.
Tercero. Que la aprobación de AMLO no se desplome no debe ocultar la creciente y profunda división de la sociedad que se incrementó en estas semanas y de estados de ánimo muy cercanos a la ira y el odio. Esa polarización no se resolverá con las elecciones de 2024. Gane quien gane, es muy probable que sigamos divididos y los perdedores tendrán una herida profunda y enorme (sobre todo si es Morena; solo piensen en 2006 pero elevado al cuadrado). Ese será el gran reto de la gobernabilidad del próximo sexenio. ¿Cómo reconciliar a México? Ello requerirá un gran esfuerzo, mucha paciencia e inteligencia política.
Cuarto. La radicalización del Presidente y su gente se agudizará. Se irán con todo contra el INE, el Tribunal Electoral después de la revocación del mandato y ahora sumarán al INAI; las presiones sobre el Poder Judicial para amarrar su “mayoría” de cuatro ministros e impedir que se sancione en contra suya cualquiera de las controversias constitucionales existentes serán muy fuertes. Incluso no sería raro que lo hagan más descaradamente como lo intentaron hacer con Loret de Mola, ignorando cualquier límite legal. Recuérdese que acaban de aprobar el congelamiento de cuentas bancarias sin necesidad de tener una sentencia de culpabilidad del involucrado. Por tanto, será necesario incrementar la defensa por todos los medios legales tanto de nuestra frágil democracia como del estado de derecho. No importa lo imperfecto que sean ambos, lo que tenemos es mil veces preferible al asomo del autoritarismo que se perfiló en estos días pasados.
Guillermo Valdés Castellanos