Los mejores enemigos

  • Cinediciones
  • Gustavo Guerrero

Ciudad de México /

El Ku Klux Klan ya ha sido abordado en el cine. La visión de Spike Lee de la organización supremacista blanca con “El infiltrado” es quirúrgica y muestra a sus miembros como personas extremadamente consumidas por el poder que tienen para la violencia y la intolerancia. En cambio, en “Los mejores enemigos”, el espectador puede sorprenderse por la forma en que se representa el personaje de Sam Rockwell, presidente de KKK. La sorpresa puede venir de ambos lados. En el lado positivo, el personaje se humaniza a altos niveles, transformando el KKK en un grupo que puede estar formado por buenas personas o que, en algún momento, pueden “liberarse” de esta forma de vida de la noche a la mañana. Sin embargo, éste es también el lado negativo de la película, ya que la limpieza de quienes usan la violencia para oponerse a los derechos civiles trae un tono que es demasiado disonante para ser visto como algo natural. Las personas pueden cambiar, pero en este caso, son dos extremos demasiado separados para ser reparados en una narración de dos horas.

A pesar de tener actuaciones consistentes de Rockwell como el líder CP Ellis y Taraji P. Henson como la activista Ann Atwater, la película se contenta sólo con transformar a estas figuras reales que, de hecho, provocaron un gran cambio en la ciudad de Durham, en un par inusual de amigos que funcionarán de una forma u otra. La redención del título, que reside específicamente en el personaje de Rockwell, se realiza de forma apresurada e incluso vergonzosa.

El tema principal de la película (el de plantear cuestiones como la unificación de la educación local y la segregación existente) está en un segundo plano. El guion prefiere seguir el camino de la absolución a toda costa, retratando a CP como un padre solidario desde los primeros minutos de la proyección, así como, en el caso de Ann, ella siempre es vista como una activista impulsiva e intensa. La forma en que expresa sus indignaciones con respecto al descuido que la comunidad negra enfrenta día tras día en Durham es recibida con la risa y la ironía de la población blanca, sin la debida seriedad.

Al mismo tiempo que busca transmitir el mensaje de que la redención es posible incluso en los lugares más oscuros de intolerancia humana, este filme no ejecuta ambos lados de la reflexión: al dar prioridad a la trayectoria de regeneración de C.P, la película deja de lado la lucha más importante, que es la de Ann Atwater.

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