La semana pasada comenzamos el análisis de “Ya no estoy aquí”, una película mexicana que va más allá del hecho de contar las peripecias de un joven en los Estados Unidos. Juan Daniel García Treviño interpreta magistralmente a Ulises, un joven altivo en el baile y en el habla, cuyos problemas en la traducción español-inglés se tornan una pieza de resistencia cultural. Su mirada, ora furiosa, ora apática, es un elemento esencial en el filme para demarcar las transformaciones del personaje, además de las capas de costumbres que deja en el camino. La cámara del director hace el resto del servicio. Los planos son largos y estáticos cuando el momento lo exige, como cuando se muestra a Los Terkos danzando, muy curioso porque se percibe cómo los hombres se pavonean mucho más en ese performance que las mujeres: al final de cuentas, la cultura de las pandillas es antes que nada una cuestión de hombría. Por otro lado, el encuadre es frecuentemente general y distanciado con el fin de incluir apropiadamente todo el contexto urbano de grafitis, fachadas, vitrinas de neón donde Ulises interactúa, ya sea en Monterrey o en Nueva York.
Esta sensibilidad para alcanzar especificidades urbanas –no solamente las que separan ciudades y culturas sino las que las unen– impide que la película caiga en la trampa común y pedante del miserabilismo. Primero que nada, se agradece presenciar los paisajes de México sin ese mal afortunado filtro amarillo barro, lo cual ya es un gran alivio. Ambas ciudades tienen sus muros, sus divisiones, sus rascacielos siempre inalcanzables en el horizonte: en Monterrey, vistos desde la colina donde se aloja el barrio bravo de Los Terkos; en Nueva York, desde las terrazas que se asoman a Manhattan. El director no recurre a soluciones de color (como sí se percibe, por ejemplo, en la película “Traffic”) para diferenciar al primer y al tercer mundo. Asimismo, como la narrativa del filme no es lineal (los flashbacks sirven a la exposición y después serán más intermitentes y evocativos), cabe al espectador interpretar qué momento se está mostrando.
Estas soluciones son piezas igualmente centrales en este proyecto pensando para agigantar la figura de Ulises, siempre desde el punto de vista de nuestra mirada, y el personaje responde a esa responsabilidad de forma magnética. El resultado es menos un estudio de personaje que un ensayo visual sobre geografías humanas. En resumen, tenemos a un filme agridulce con un humor afilado para la crónica urbana y al mismo tiempo un relato contundente sobre la dignidad y el sentido de pertenencia.