Luis González de Alba, in memoriam
La corrección que necesita nuestra memoria del 2 de octubre no es solo restituir algunos hechos, sino llenar con hechos comprobados varias lagunas históricas. La mayor de esas lagunas quizá sea qué pasó exactamente aquella tarde, por decisión, intervención y responsabilidad de quién.
La versión gruesa al uso es que el Ejército avanzó sobre la plaza disparando y sembrando el terror a partir de que un helicóptero dejó caer una bengala. Una versión más refinada describe un tiroteo venido del rumbo del edificio Chihuahua, desde donde hablaban los líderes del mitin, y al Ejército respondiendo la agresión.
La versión presencial más rigurosa pertenece a Luis González de Alba, líder del movimiento, quien vio actuar a metros de él al Batallón Olimpia, que disparaba del edificio Chihuahua hacia la plaza, pero que entró en pánico cuando descubrió que el Ejército también les disparaba, por lo que se desgañitaron inútilmente, identificándose ante sus agresores: “Batallón Olimpia, no disparen” (el relato en Tlatelolco, aquella tarde. Cal y Arena, 2026, p. 19 y ss).
Lo que sugiere Luis no es la operación perfectamente sincronizada por el gobierno, que describieron Julio Scherer y Carlos Monsiváis en Parte de guerra, sino todo lo contrario: “la absoluta desorganización, la falta de mandos, la enorme confusión entre los primeros agresores, de civil, y la tropa regular, de verde” (Ibid. p. 10).
En la versión de González de Alba, el tiroteo de Tlatelolco fue provocado por miembros del Batallón Olimpia que dispararon sobre la plaza, al suponer que los soldados sabían de su presencia, pero no fue así y contestaron. Alguien los engañó a los dos. Alguien más disparó también contra el general en jefe la operación, Jesús Hernández Toledo, desde las alturas de un edificio en Tlatelolco. No tenemos la historia de ese tiro.
Se ha dicho que la provocación la montó el entonces jefe del Estado Mayor Presidencial, Luis Gutiérrez Oropeza, cómplice del entonces secretario de Gobernación, Luis Echeverría, quien habría ganado, con su aparente firmeza ante esos hechos, la confianza sucesoria del presidente Díaz Ordaz. Pero nada sabemos de cierto sobre el dicho.
La verdad, a estas alturas, es mucho no saber.