Buscando formas de saltarse la ley electoral, Morena dio con la ocurrencia de que su candidata en el Edomex, Delfina Gómez, no sea llamada candidata sino “coordinadora” de unos “Comités de Defensa de la Cuarta Transformación” (sic).
No sé si la candidata Delfina conoce el linaje semántico y político del puesto que ahora tiene, ni si comparte lo que históricamente significa.
La expresión está tomada de una de las más siniestras invenciones de la dictadura cubana: los tristemente célebres Comités de Defensa de la Revolución, unas redes de “organización popular” que son sólo un sistema de espionaje entre vecinos, en el que los jefes de los comités valoran, manzana por manzana, barrio por barrio, la fidelidad revolucionaria de cada cuadra, informan a la seguridad sobre los infidentes, imponen movilizaciones y reparten o recortan privilegios.
Los miembros de los CDR son los soplones de la seguridad del Estado en cada casa, una minuciosa red de vigilancia y control político. Hay al menos un gran libro que da cuenta de las miserias que el sistema produce.
Se trata del libro de Eliseo Alberto, el muy querido Lichi, Informe contra mí mismo, donde Lichi cuenta cómo la seguridad cubana le pidió espiar su propia casa.
En casa de Lichi, hijo del gran poeta Eliseo Diego, se reunían a fiestear gentes de la alta cultura cubana, gentes de las que La Revolución desconfiaba, porque no eran repetidores de Fidel, sino una asamblea de raigambre liberal, católica, simpatizante de la Revolución, pero no dogmática, ni esclava del dogma.
La seguridad cubana le pidió a Lichi que informara sobre las desviaciones revolucionarias que se oían en las tertulias de su propia casa, una de las más inteligentes y cultas, a no dudarlo, de La Habana de los 1960.
Los CDR cubanos han sido desde entonces la encarnación de la dictadura a ras de tierra, el núcleo de un control tiránico ejercido cuadra por cuadra, manzana por manzana.
Le pregunto a Morena y a la candidata Delfina Gómez si esto es lo que quieren hacer en el Edomex o si el nombre de sus comités fue puesto a tontas y a locas, sin pensar.
Héctor Aguilar Camínhector.aguilarcamin@milenio.com