Decencia y democracia

Ciudad de México /

La democracia no está blindada contra la mala fe, mejor dicho: contra la deslealtad fundamental a su espíritu y sus reglas.

Lo hemos visto en el ascenso de los más diversos gobiernos populistas que la barrenaron desde adentro, después de utilizarla para alcanzar el poder.

Lo hemos visto en la democracia más vieja o más probada de todas, que es la estadunidense, defendiéndose malamente de un presidente como Trump, quien trató de cancelar una elección que había perdido, organizando un motín sangriento, por el que ha sido juzgado, pero está indemne hasta ahora, al punto de que puede volver a ser presidente.

En México nos tiramos de los pelos viendo al Presidente, a su partido, a sus legisladores y a sus precandidatos presidenciales, violar la ley de manera ostensible, reiterada, casi orgullosa, sin que nadie pueda impedirlo.

Los precandidatos presidenciales del Presidente llevan meses violando la ley, incurriendo en campañas anticipadas.

El Presidente lleva semanas diciéndole a los ciudadanos por quién votar y por quién no, lo cual tiene expresamente prohibido por la ley, y no hay forma de impedírselo, ni de castigarlo, pues el delito en que incurre no le es exigible, no tiene pena para él, aunque sea él quien impuso a los delitos electorales la pena de cárcel.

El mismo Presidente y su gobierno llevan años utilizando los programas sociales, que ellos mismos proveen, para inducir el voto de los beneficiarios. Es otra violación de la ley electoral que nadie sanciona.

Una de las fragilidades de la democracia y del Estado de derecho es que en algún momento de la cadena exige el respeto voluntario a las reglas y a las leyes, porque las dos son perfectamente burlables para quien se lo propone, con malicia suficiente.

Estamos hace meses viendo a este gobierno construir un gigantesco aparato de elecciones de Estado, en el que no falta la coacción criminal.

Las democracias y las leyes pueden contener el autoritarismo y la ilegalidad, pero no crean por sí solas esa última ratio de decencia y de respeto por las reglas sin las cuales las reglas son nada más como llamadas a misa.


  • Héctor Aguilar Camín
  • hector.aguilarcamin@milenio.com
  • Escritor, historiador, director de la Revista Nexos, publica Día con día en Milenio de lunes a viernes
Más opiniones
MÁS DEL AUTOR

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.