Dos historias profanas

Ciudad de México /

1. Oficio ocasional

De viaje con amigas en Las Vegas, una mujer casada decidió correr una aventura. Aceptó en un bar los brindis de un hombre y luego su invitación al amor.

Ya en el cuarto, el hombre preguntó cuánto iba a cobrarle. La mujer, sorprendida, decidió ampliar el juego y ser, por una vez, no solo infiel, sino realmente otra. “Doscientos dólares”, dijo.

El hombre puso dos billetes de cien en su mano, ella los tomó. El hombre le mostró entonces una placa de policía: “Queda usted arrestada por ejercer la prostitución”.

Sus amigas pudieron liberarla, pagando una fianza. Al siguiente año, la mujer viajó a Estados Unidos con su marido.

Le negaron la entrada en Houston porque tenía antecedentes de prostitución en Las Vegas. El marido exigió una explicación. Se divorciaron al año siguiente.

2. Masaje

Fue a tomar un masaje mientras sus hijos pequeños jugaban con la nana en la alberca de un edificio de condominios en Miami.

Puesta de espaldas, el masajista la fregó con sus grandes manos como si la envolviera. De pronto esas manos enormes se hicieron ligeras y rozaron el borde interno del bikini.

Pensó: “Qué se ha creído éste”. Pero las manos la hurgaron de nuevo, con intención más clara. Ella pensó: “Voy a ver adónde llega éste”. Llegó hasta sus vellos.

“Voy a demandar a este abusivo”, se dijo, pero esperó a ver adónde llegaba.

Sintió las manos salir de la zona prohibida, y subir por sus costados, fregándola como si la envolvieran, para volver a sus muslos, y de vuelta arriba, al lugar prohibido, y de nuevo a los costados y al cuello, y hacia abajo otra vez, hasta los talones, pasando siempre por debajo de los pliegues del bikini.

Aquellas manos sabias la hicieron explotar en un orgasmo tópico, el diminuto big bang de los cuerpos, creador del universo.

Luego, en medio de la beatitud que siguió al precipicio, recibió una palmada conyugal en la nalga y el dueño de las manos se fue.

No le vio la cara, ni recordó otra cosa de él por el resto de sus días que aquellas manos grandes, sin hombre y sin nombre.


  • Héctor Aguilar Camín
  • hector.aguilarcamin@milenio.com
  • Escritor, historiador, director de la Revista Nexos, publica Día con día en Milenio de lunes a viernes
Más opiniones
MÁS DEL AUTOR

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.